Según los profetas del calentamiento global, los humanos somos los culpables del inminente y terrorífico cataclismo que van a ocasionar nuestras pecaminosas emisiones de dióxido de carbono. Yo ni lo afirmo ni lo niego. Tengo mis dudas. Pero, desde luego, me parece que la chillona vehemencia de los alarmistas no se basa en argumentos racionales, sino que es mero agit-prop.
El clima es un sistema caótico complejo cuyo funcionamiento apenas hemos empezado a comprender. Se autorregula dentro de ciertos extremos en base a múltiples factores que interactúan entre sí de forma esencialmente impredecible. Algunos de esos factores están bien estudiados, como los ciclos de variación de la excentricidad de la órbita terrestre y de la inclinación y precesión del eje del planeta. De otros no sabemos lo suficiente, como por ejemplo, de los procesos que forman las nubes o de las variaciones de la actividad solar. Otros escapan por completo a nuestra capacidad de predicción, como las erupciones volcánicas. Otros aun, actúan con extraordinaria lentitud, como la deriva continental, que modifica sutilmente las corrientes oceánicas que transportan calor y nutrientes entre el ecuador y los polos. Y hay muchos otros factores, todos interrelacionados. Por lo demás, nuestro conocimiento del clima de La Tierra en el pasado lejano se basa en datos aproximados, lo que tampoco facilita la predicción del clima futuro. Así pues, no creo que nadie en el planeta esté hoy en condiciones de afirmar con razonable certeza que las emisiones humanas de dióxido de carbono van a provocar un calentamiento catastrófico de la atmósfera al incrementar brutalmente el efecto invernadero, aunque podría suceder. No tenemos capacidad de predicción acerca de la evolución del clima ni, mucho menos, la capacidad de controlarlo a voluntad.
Sin embargo, es innegable que dos cosas son ciertas: las emisiones humanas de CO2 no dejan de incrementarse y la concentración de ese gas de efecto invernadero en la atmósfera ha aumentado en más de un 25% durante los últimos ciento cuarenta años, coincidiendo a groso modo con una elevación de la temperatura de 0,7ºc. ¿Significa eso que la temperatura se va a elevar necesariamente de forma catastrófica en un futuro próximo? Pudiera ser, pero no podemos asegurarlo, ni mucho menos. De hecho, el proclamado consenso científico a favor de las tesis catastrofistas es falso; multitud de científicos de prestigio discrepan, aunque los medios de comunicación no les den mucha voz. Pero es que el catastrofismo vende mucho más que la rutina. Porque también hay datos que contradicen las tesis alarmistas.
Según la ortodoxia ecologista, las emisiones de dióxido de carbono humanas son la principal causa del aumento de la concentración de ese gas en la atmósfera. Pues bien, durante 2020, debido a las restricciones por la pandemia, las emisiones humanas de CO2 disminuyeron un 7%. Pese a ello, como cualquiera puede comprobar en internet, la curva de Keeling, que registra las variaciones de concentración del CO2 en la atmósfera, no mostró en ningún momento ni la menor desviación de su trayectoria previa. No parece que tal comportamiento concuerde con la tesis de que las emisiones humanas son la principal causa de ese incremento. De hecho, también hay otras hipótesis científicas alternativas para explicar el incremento del CO2 en la atmósfera. Una sugiere que el incremento podría ser no la causa, sino el efecto de un calentamiento de los océanos debido a otros factores. Al calentarse, los océanos liberarían parte del CO2 disuelto en ellos a la atmósfera. También se ha detectado recientemente un calentamiento de las atmósferas de los demás planetas del sistema solar, lo que podría deberse a que estemos atravesando una región del espacio con escombros de una antigua supernova, causa que es totalmente ajena a la actividad humana.
Por otra parte, hace tres millones de años, nuestros lejanos ancestros pasaron por una época en que hubo más CO2 atmosférico que en la actualidad. En tiempos más recientes, ya históricos, hay constancia de períodos más fríos y más cálidos, sin que la ciencia climática actual sepa dar cuenta precisa de cuáles fueron sus causas. Así pues, una prudencia atenta a los cambios parece mejor estrategia que el fomento urgente de medidas extraordinariamente costosas que pueden ser completamente inútiles o incluso contraproducentes. Pero precisamente esas carísimas medidas, y no otras, son las que exigen los ecologistas políticamente correctos. En un próximo artículo veremos cuáles son, sobre quiénes recaerían los costes y quiénes saldrían beneficiados de ellas.
Por otra parte, los catastrofistas, como todos los políticamente correctos, evitan cualquier discusión racional en base a datos. Ellos prefieren los reputados métodos sectarios del griterío, la descalificación moral del discrepante y el fomento de la histeria. A los discrepantes los llaman negacionistas, que viene a ser algo así como infieles. Y es que los de la calentología despiden un claro tufillo a secta religiosa. No defienden opiniones más o menos racionales, sino dogmas ideológicos. Unos dogmas ideológicos que, a la hora de la verdad, ni ellos mismos se toman en serio. Algunos estudios científicos han señalado que reforestando masivamente sería posible eliminar de la atmósfera hasta un veinte por ciento del dióxido de carbono que los ecologistas exigen. Reforestar es una tecnología al alcance de cualquiera. Sin embargo, pese a lo supuestamente inminentes que son las plagas bíblicas con que nos amenazan, no se ven muchedumbres de ecologistas sembrando árboles en la España vacía, dándole así un uso razonable a las jugosas subvenciones estatales de que disfrutan. Donde sí que se los ve es manifestándose en las calles de las ciudades occidentales, con un teléfono móvil en la mano.
Por lo demás, tras el Coco del calentamiento global parece haber intereses sumamente turbios. Recuerde el lector el patético espectáculo de la asamblea de la O.N.U. reuniéndose para escuchar lo que una adolescente desequilibrada de un país rico, Greta Thunberg, tenía que decir acerca del clima futuro (Thunberg está diagnosticada de trastorno obsesivo-compulsivo y síndrome de Asperger). Si la amenaza del calentamiento fuera realmente algo serio y no un intento de sembrar la histeria entre los jóvenes urbanitas del mundo occidental rico, la asamblea de la O.N.U. se reuniría para escuchar a los mayores expertos en climatología del mundo, y no para semejante carnaval. Y la energía nuclear, que no emite CO2 en absoluto, se consideraría como la alternativa más sensata a los combustibles fósiles. Pero no, lo importante son los caprichos de los urbanitas ricos.
Al parecer, los urbanitas ricos del ecologismo religioso se han percatado de pronto, con estupor y escándalo, de que más allá de la puerta de su casa o de su coche no hay un termostato que les garantice una temperatura agradable. Así que han decidido que hay que ponerle un termostato al planeta. Les cueste lo que les cueste a los demás.