Historias nuestras. Carlos Ramírez Sánchez-Maroto. Doctor Derecho y Sociedad - El Sol Digital
Historias nuestras. Carlos Ramírez Sánchez-Maroto. Doctor Derecho y Sociedad

Historias nuestras. Carlos Ramírez Sánchez-Maroto. Doctor Derecho y Sociedad

El sitio de Malta, también conocido como el Gran Sitio de Malta, fue el asedio que, en 1565, sufrió la isla de Malta, sede de la Orden de Malta, por parte del Imperio otomano que la intentó conquistar y que culminó con la derrota de los invasores otomanos.

Malta controlaba las rutas comerciales entre el mar Mediterráneo Occidental y el Oriental, así como las que unían la península itálica y el Norte de África. Su caída en manos turcas hubiera tenido consecuencias nefastas para la Europa cristiana, habida cuenta de la escasa resistencia que algunas potencias europeas presentaban por entonces al avance del islam conquistador, tanto de los turcos, como de sus tributarios berberiscos.

Está considerado como uno de los asedios más importantes de la historia militar que incluyó un ataque previo sobre Malta en 1551 por parte del corsario turco Turgut Reis y que en 1560 había supuesto una importante derrota de la Armada Española por los turcos​ en la batalla de Djerba.

Mientras que para los occidentales es uno de los hitos importantes de la Edad Moderna, para la historiografía turca parece tener escasa importancia. Esta diferencia puede deberse a dos razones no necesariamente contradictorias entre sí: en primer lugar, su desenlace resultó en una derrota para el Imperio.

Una reciente investigación histórica con motivo del 450 aniversario revela que María ‘la Bailaora’ era de Granada y fue la única mujer que participó en la contienda.

La batalla naval que acaeció en las aguas del golfo griego el mediodía del 7 de octubre de 1571, y que enfrentó a la armada de la Liga Santa —la Monarquía Hispánica de Felipe II, el papado y la república de Venecia— con una gran flota turca, está considerada como el mayor enfrentamiento que jamás haya presenciado el Mediterráneo.

La editorial Desperta Ferro vuelve a publicar una obra de altísima calidad para entender los prolegómenos, el desarrollo y las consecuencias de la famosa jornada. Lepanto. La mar roja de sangre es un libro original, novedoso, glosada por diez reconocidos historiadores españoles, italianos, anglosajones y turcos que proyectan todos sus conocimientos en sendos capítulos que auscultan desde la compleja y larga negociación diplomática entre las potencias cristianas para la firma de una alianza general hasta la capacidad logística y administrativa del Imperio otomano.

La visión del lado enemigo, tradicionalmente olvidada en la historiografía europea, se rellena gracias a una investigación exhaustiva en los Archivos Estatales Otomanos. Sus textos permiten conocer la estrategia y objetivos del bando derrotado y demuestran, por ejemplo, que la armada de la Puerta Sublime anclada en Lepanto en las semanas previas al choque naval estaba empezando a ser desmovilizada y que se hizo a la mar de forma precipitada.

Lepanto, episodio bélico de tintes geoestratégicos y religiosos, fue un auténtico desastre para la flota del sultán Selim II: se perdieron casi doscientas embarcaciones y murieron cerca de 30.000 hombres entre soldados y marinos.

Las bajas fueron menores en el lado cristiano: unos 8.000 fallecidos entre caídos en combate y los que lo hicieron en los días siguientes, de los que 2.000 eran españoles, y dieciséis galeras perdidas, tal y como  se explica en Lepanto, la batalla decisiva (Sekotia).

La batalla de Lepanto fue la última gran cruzada del mundo católico, pero fue una victoria temporal, ya que no tuvo consecuencias duraderas. Chipre, que era el objetivo principal de la Liga Santa, no pudo ser arrebatado a los otomanos.

Venecia pronto tuvo que entablar amistad con el sultán mediante un nuevo pacto para no ser invadida (1573), y la Armada otomana salió al Mediterráneo al año siguiente y los sucesivos a atacar barcos, y no hubo ninguna armada cristiana para frenarla, con lo cual, los otomanos conquistaron Túnez por completo (1574), dominarán el Mediterráneo central y oriental por varios siglos.

Con la batalla de Lepanto, se destruyó la leyenda acerca de la invencibilidad de los turcos que dominaba en la Europa cristiana desde el siglo XV. Sin embargo, leyendo el despectivo veredicto de Voltaire, Lepanto «no condujo a nada».

Más aun viendo que en pocos meses los turcos lograron construir 134 galeras y que para 1574 ya habían arrebatado Túnez a Felipe II. Nada más lejos de la realidad: si el triunfo en Lepanto llega a caer del lado musulmán, el futuro de Europa hubiera sido muy distinto.

Si Estambul hubiera logrado la victoria en la «gran batalla naval» habría alcanzado la supremacía marítima total en el Mediterráneo y el Adriático, posibilitando que se continuara expandiendo por el mar, comprometiendo la estabilidad de los países ribereños, además de incrementar aún más la importancia de los navegantes argelinos.

El 7 de febrero de 1578, una tregua hispano-otomana puso prácticamente fin a las acciones navales a gran escala en el Mediterráneo. Y aunque Felipe II adoptó una estrategia más defensiva en el Mare Nostrum, las campañas de la alianza actuaron de revulsivo entre sus ejércitos navales.

La batalla de Lepanto, tuvo un efecto profundo en los españoles, tanto en un sentido de superioridad moral como de autoconfianza, y Lepanto abrió el camino a la campaña de la armada de 1588, la llamada Invencible con sarcasmo por los ingleses, ya fomentada durante siglos por la Leyenda Negra.

En el siglo XIX de la superioridad moral y de defensa del patrimonio español había escasos vestigios. Así, tanto las tropas napoleónicas como los vecinos granadinos destruyeron rincones de la Alhambra que habían sobrevivido al paso de los siglos.

El complejo monumental, cuya construcción comenzó hacia el siglo IX pero no se transformó en la gran residencia palaciega hasta el siglo XIII, se presenta actualmente como una de las joyas arquitectónicas españolas. Construida en la época del florecimiento del islam en la Península Ibérica, la Alhambra revela una arquitectura dirigida a los sentidos humanos.

Cuando los franceses conquistaron España por orden de Napoleón, la Alhambra estaba abandonada, saqueada y en mal estado. Mas tarde, el frenesí destructivo desencadenado por la desamortización eclesiástica en la década de 1840 afectó de manera muy intensa al patrimonio monumental granadino, e indirectamente sobre el legado hispanomusulmán.

El marino e historiador militar Alexander Slidell Mackenzie publicó en 1831 A year in Spain by a young american, que ya en 1829 hablaba del triste expolio de la Alhambra:

«Antes de que pasen muchos años, el turista buscará en vano cualquier vestigio de esta singular antigüedad, que salvada de la barbarie de los pasados siglos, ha caído víctima de la insaciable codicia de nuestro tiempo«.

Años más tarde sería el escritor romántico Washington Irving quien se asombró del estado del Patio de los Leones, el cual seguía resistiendo pese a la avaricia humana:

«Su evidencia no pasó inadvertida a numerosos viajeros que, como Washington Irving en 1829, mostraban su asombro por la resistencia del Patio de los Leones no tanto a la incuria del tiempo y los asaltos de la guerra, sino especialmente a «los pacíficos y no menos dañosos saqueos del entusiasta viajero»».

El expolio de nuestra maravilla arquitectónica se sometía a todo un sistema corrupto de compraventa en el que incluso los guardianes y militares que debían proteger la Alhambra participaban en su continuo vaciamiento.

El escritor George Alexander Hoskins habla de los «múltiples destrozos en los palacios» que cometía un vecino de Granada para posteriormente vender las reliquias, azulejos entre ellas, a los visitantes extranjeros. Por aquel entonces corría el año 1850 aproximadamente.

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