Israel Mármol
Economista
En una palabra, peligro. Comprar sellos no es invertir. Adquirir vinos antiguos puede ser una afición, pero no puede ser nunca parte de una planificación financiera adecuada. El arte es un placer, pero no es una inversión “segura”.
No hablemos de proyectos de “inversión” en arte precolombino, en maderas nobles, en terrenos en países en desarrollo, en ventas multinivel , en tebeos o en libros antiguos. Es especulación, afición o simple ignorancia pero no es parte de una gestión financiera responsable.
¿Por qué? Las razones son muchas, pero se puede hacer otra analogía con la medicina, ¿cómo se llama la medicina alternativa que funciona? Medicina. ¿Cuál es la inversión alternativa que funciona como inversión? Inversión (financiera). Todo lo demás son monsergas y montajes para obtener el dinero de incautos.
Razones adicionales
1. La formación de precios depende de multitud de factores y las teorías son diversas, pero para los propósitos de este artículo la clave es clara: lo que determina el alto precio del primer número de la colección de Supermán, del primer sello emitido en el mundo, de una edición original firmada por Freud o de un cuadro de Picasso es la escasez de los mismos. Hay los que hay y el mundo se expande.
Pero había los que había en su momento y hay los que han llegado en un momento en el que no se concedía importancia a tales bienes, lo que ha determinado que los disponibles a día de hoy sean escasos y muy valiosos.
Lo que no funciona es acaparar productos que en estos momentos se cuentan por cientos o por miles con la esperanza de que incrementen su valor al amparo de una supuesta escasez futura.
Si miles de “ahorradores” compran miles de sellos en la esperanza de que aumenten su valor exponencialmente con el argumento de que “el primer sello del mundo vale ahora mismo millones e incluso el poseedor de los dos últimos ejemplares quemó uno de ellos para asegurarse de que sólo había uno, según la leyenda” tenemos la clave de la falacia que contiene la argumentación: el valor de estos sellos, precisamente, radica en la falta de valor que se les dio en su momento más allá de su uso, de modo que los que han llegado a nuestros días son pocos y en condiciones mejorables.
Si queremos encontrar un bien que actualmente no se almacena y que puede llegar a tener valor en el futuro busquemos algo que se destruya o no se guarde y que se presente en diferentes formatos que permitan una variedad en la colección. Como, por ejemplo, las tarjetas de crédito. Si hay algo que puede valer algo en el futuro serán las tarjetas de crédito canceladas que sobrevivan a las tijeras. Pero sólo hasta el momento en el cual no se puedan usar fraudulentamente y haya masas de “inversores” guardando tarjetas, se emitan series de tarjetas incluso sin uso como tales para coleccionistas (lo que hará que las que sí lo tienen valgan más como instrumentos de pago genuinos), se cree un mercado de tarjetas de crédito en el que se atiendan solicitudes de ejemplares raros y se publiquen listas completas con precios de catálogo de todas los que existen en el mercado. Ahí lo dejo.
Si surge una nueva fiebre de coleccionistas como fue la de los tebeos o comics americanos Marvel e Image en los 90 bajo el espejismo de los espectaculares precios que alcanzan los números clásicos, como el número uno de Supermán o el primer número de Detective Comics donde aparece Batman, el error vuelve a estar en el planteamiento y en el comportamiento gregario de las sociedades. Mucha gente se lanzó a comprar comics como nunca lo habían hecho, una editorial se fundó con el casi exclusivo fin de lanzar repetidos números uno de colecciones (comenzándolas de nuevo en muchos casos con vueltas a los orígenes cada año) que se compraban por cientos de miles, incluso superando los millones en los casos más delirantes. ¿Alguien puede pensar que algo que se ha vendido por millones va a llegar a valer algo antes de que el papel en que está impreso se degrade irreversiblemente? Hubo miles de personas que acudían a las tiendas y compraban un ejemplar de cada colección sin siquiera saber qué era lo que adquirían pero con la esperanza de que la revalorización que iban a experimentar les permitieran venderlos por cientos o miles de dólares en un futuro.
.