La chica danesa - El Sol Digital
La chica danesa

La chica danesa

Esta semana hemos ido al cine para ver “La Chica danesa”. Richerdios.

No hay especialista mejor preparado que Tom Hooper para llevar al cine un drama de época basado en hechos reales y que cuenta con, a priori, una historia emocionante. La transexualidad sigue siendo un tema tabú en la sociedad de nuestros días y todavía parece haber ciertas reticencias hacia las personas que deciden cambiar de sexo. Eina y Gerda Wegener fueron un matrimonio de pintores daneses que vivían en Copenhague allá por los años 20.

En un mundo donde los hombres seguían teniendo más poder que las mujeres, Gerda veía cómo las alabanzas del éxito entre los círculos artísticos recaían sobre su marido, a pesar de que ella ponía más esfuerzos y ganas. Él pintaba paisajes de su infancia y ella retrataba a todas las personas que podía. Eran la pareja perfecta causando incluso envidia entre los más allegados. La mejor amiga de ellos, Ulla, no puede asistir a su casa para que Gerda concluya el retrato de una bailarina. Así pues, le pide a su marido que se ponga unos zapatos de danza y unas medias. Mientras ella dibuja, él empieza a ver cómo le queda esa indumentaria. El proceso de metamorfosis ya ha comenzado. Gerda decide mantenerse a su lado desde el principio porque es el hombre del que se enamoró en unas escaleras. Y al igual que podemos sacar una conclusión de la frase que le dice Gerda a un cliente (“Es difícil para un hombre ser mirado por una mujer.”), podemos hacerlo con los cuadros que pintaban cada uno. Él, un precioso paisaje; ella, magníficos retratos de personas. La humanidad (Gerda) debe cuidar de la naturaleza (Eina) para que el mundo no deje de funcionar. El sufrimiento que vemos en pantalla depende absolutamente de la magnífica interpretación de Alicia Vikander, que es la que se apropia de la película y de la que podríamos decir que es “La chica danesa” de la que el título hace referencia.

El dolor que hay dentro de ella es tan intenso que, al igual que Felicity Jones, duda sobre si abandonar a su compañero de viaje y encontrar el amor en otra persona (Matthias Schoenaerts). Redmayne hace una actuación sólida y muy contenida que navega entre el borde de una masculinidad afeminada y una feminidad exagerada. Para algunos será convincente y para otros será el sinónimo de cursilería. Y si hasta ahora solo hemos hablado de las actuaciones es porque indudablemente es lo que más destaca. Tom Hooper, bien arraigado al estilo academicista británico, vuelve a dirigir con solvencia y exquisitamente.

El problema de Hooper en esta película viene precisamente del guión. Comienza de una forma potente, presentándonos todo claramente y con un lirismo palpable. En apenas diez minutos ya ha salido el nombre de Lili en la película, pero después de eso se mete de lleno en una obra tan contenida como reiterativa. Parece que quiere ser fiel a quedar bien y se mantiene dentro de los límites de lo seguro, intentando gustar a todo el público y emocionar en aquellas secuencias donde Eina o Gerda se derrumban, a la vez que la banda sonora sube de tono para que toque el alma del espectador. Y en las que no, pierde el tiempo en mostrar una y otra vez a Redmayne mirándose al espejo, vistiéndose o intentando imitar a toda mujer a la que ve. Hooper, de esta forma, se centra más en la intimidad de la pareja y pierde la oportunidad perfecta de tratar más en profundidad el tema de la homosexualidad en una sociedad que aún no era tolerante ante dicha forma de ser.

Focaliza más en lo estilístico de la época que en lo doloroso y crudo del asunto. Tal vez el tono con el que adorna la obra no era el adecuado para una historia de superación, que termina, por ende, en algo un tanto superficial y redundante. Y ello unido a un final forzado descaradamente con el único objetivo de ser emocional. Como viene siendo habitual, en el apartado técnico y artístico no se puede poner ninguna pega. La recreación de París y Copenhague es fascinante gracias a la fotografía de Danny Cohen, fiel colaborador de Hooper, que impregna a los paisajes de un color pastel casi a la altura de una obra pictórica.

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