La chica del cable - ESD135 - El Sol Digital
La chica del cable – ESD135

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Andreea, con dos ‘e’

Brenda Saavedra Casiano

Andreea, con dos ‘e’. Esa letra repetida en su nombre no es lo único que la hace especial, pero es lo que más llama la atención cuando lo deletrea. Con 28 años se ha recorrido medio mundo, habla cinco idiomas -seis para el que cuente el valenciano-, tiene la carrera de Turismo, el título de azafata de vuelo y más de una década de vida laboral a su espalda. De buena familia, corazón inmenso y solidaridad infinita. Una chica con presencia, saber estar y sonrisa permanente que la hace destacar aún más. Hasta aquí todo genial. Es imposible que no lo sea. El problema viene cuando dice -con orgullo- que es rumana. Porque en España no gustan los rumanos. Ni ellos ni el resto de inmigrantes procedentes de países que muchos necios consideran inferiores. Porque los prejuicios pueden con la mayoría y ahora esa segunda ‘e’ no es curiosa, sino rumana.

 La chica del cable hoy suelta el micrófono a medias y se lo da a ella, la joven del nombre especial, porque quiere alzar la voz en nombre de los que vienen a España a trabajar y vivir de manera honrada, pagando sus impuestos y descartando la posibilidad de acudir a ayudas del Estado, “porque todos no somos iguales”, asegura. Andreea -conocida entre sus personas especiales como ‘Eea’- lleva 16 años en Valencia. Llegó con sus padres Vladimir y Mirela y con su hermana mayor Iulia -psicóloga y mejor persona- cuando tenía solo 12 primaveras y no sabía ni una palabra en castellano. Después llegó Isa, la pequeña de los cinco. Legales desde el principio y con ganas de una vida mejor en un país que adoran, defienden a capa y espada y al que agradecen. Los comienzos no fueron fáciles -mucho menos cuando dices que vienes de Rumanía-, pero ni el racismo, ni las trabas del idioma, ni ningún obstáculo normal de la edad o las circunstancias frenaron a esta niña con ganas de comerse el mundo.

“Rumana gitana de mierda”. “Vete a tu país”. “Vienen aquí a quitarnos el trabajo”. “Tú y tu familia sobran en España”. Ejemplos claros de que no hay palabras necias, sino necios que hablan. Porque -aunque es verdad que la gran mayoría de esta nación los ha acogido de la mejor manera posible y sólo son algunos los que intentan pudrir el frutero olvidándose de cuando los españoles fueron inmigrantes porque se morían de hambre tras la guerra civil- esta mujer no llegó al que ahora es también su país -le pese a quién le pese- para quitarle el sitio a nadie -quizás sólo está mejor preparada-, sino para ganarse el suyo con esfuerzo, sudor y mucho amor en cada gesto, tal y como sus padres le han enseñado. Porque esta gente no ha cesado de trabajar en los 16 años que llevan aquí, pagando sus impuestos y ayudando a los que más lo necesitan -la mayoría españoles-. Porque Andreea, desde que tiene 16, se ha roto los cuernos para unir su hombro al de los suyos, una prueba que se refleja en sus manos marcadas por años y años en la hostelería. Vivió en Francia y en Londres, donde estudió y también trabajó para conseguir lo que hoy tiene. Le costó estar detrás de una recepción de un hotel -su sueño-, pero ahí está, con su castellano impecable -que sorprende cuando se sabe que no nació en España-, su ausencia increíble de faltas de ortografías e infinitos comentarios en Booking o TripAdvisor de los clientes que salen encantados después de un check in o un check out con ella.

En el mundo entero hay gente buena y gente mala. Personas que se esfuerzan y otras que se aprovechan. Inteligentes y listos -que no es lo mismo-. Pero no es una nacionalidad la que define a un ser humano y, por desgracia -y vergüenza- tendemos a generalizar, quedándonos con su gentilicio y no con su gentileza. En esta sociedad, el racismo está a la orden del día, con comentarios despectivos, palabras insultantes y un rechazo sin argumentos capaz de hacer daño a muchos que, por lo contrario, jamás caerían en ser despectivos, en insultar o rechazar, sino que sustituyen eso -y más- por amor y lecciones cargadas de cariño. Antes de juzgar hay que conocer y caminar al menos mil kilómetros dentro de los zapatos de la otra persona, porque igual que hay miles de españoles que viven de las ayudas y se ríen del Gobierno, hay muchos rumanos -o polacos, que cada uno lo llame como quiera- que contribuyen con sus impuestos a que haya un estado del bienestar del que no todos nos beneficiamos. Sí. En ocasiones, que Andreea lleve una ‘e’ de más no trae consigo romero del que todos huyen, sino de ese que saca lo malo y entra lo bueno.

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