Imposible ser tu amiga
Brenda Saavedra Casiano
Lo siento, pero no puedo ser tu amiga. Lo he intentado, me he esforzado en buscar tu parte menos mala -aunque todos sabemos que hay que ser de otro mundo para encontrarla-, pero me resulta imposible. Tú, que llegas sin avisar, te cuelas en nuestras vidas, nos das esperanzas de marcharte antes de desbordarnos, pero, al final, nos destruyes. Nos vuelves tristes, nos haces sentir decepción y consigue tu objetivo de ser cada vez más temido. Te prometo que he hecho lo imposible por llevarte a mi terreno, ver aprendizajes a través de tu forma de actuar, pero no puedo -ni quiero-, porque has hecho sufrir a muchas de las personas más importantes de mi existencia, porque cada día llevas la oscuridad a infinitas familias y porque no mereces ni que tu nombre aparezca en el diccionario. Tú, cáncer. Que, haciendo juego de palabras, sin duda, te cancelaba del universo. En el mismo en el que te declaro la guerra y te advierto, desde ya, que nunca seremos amigos.
Desde que tengo uso de razón escucho tu nombre y, aunque al principio sólo sabía de ti que te habías llevado a dos de mis abuelos, conforme pasaron los años comencé a sentir lo mismo que los adultos que tanto te odian. Los años pasan, tus víctimas aumentan casi por segundo y todavía no se ha creado nada que te frene, que te haga desaparecer, que nos haga ganar la batalla al mundo entero contra ti. Estás presente y, cada vez más, saber que alguien te tiene dentro se vuelve natural, normal, porque ya te has acostumbrado a estar tanto en el día a día de la mayoría que casi nos hemos acostumbrado a vivir contigo.
Hace poco más de dos años mi vida cambió por completo, porque decidiste dejar sin madre a dos pequeños que tienen mi corazón en sus manos; sin mujer a un marido que ya no sonríe igual; sin hija a una madre que ya sólo existe, pero no vive; sin amiga a personas para las que siempre ha sido familia. Te la llevaste, sin que nos diera apenas tiempo de acostumbrarnos a su ausencia, nos hiciste mucho daño y no tuviste piedad, no escuchaste mis súplicas, ignoraste mis energías cargadas de amor y, por mucho que intenté amigarme contigo para que la dejaras en paz, te dio igual y cumpliste tu cometido.
Poco después conocí a una guerrera, una gaviota valiente y buena que te venció, que pudo contigo y te dejó en ridículo delante de todos. La ausencia de cabello no fue más que una prueba de su lucha contra ti; sus cicatrices en el cuerpo, simples heridas de guerra; sus noches de dolor, instantes que la hicieron más fuerte. Llevaba un año sana, celebrando su fuerza frente a ti junto a todos los que la queremos y admiramos, y ahora, cuando más conectada con la vida está, vuelves para hacernos experimentar nuestro odio hacia ti. Invades su cuerpo haciéndote pasar por otro, la tumbas en la cama -a la que prometió no volver-, le devuelves los dolores, le robas 22 kilos de felicidad y apagas su mirada cargada de victoria. O al menos lo intentas. Y digo lo intentas porque no lo vas a conseguir, esta vez no. Mi querida Susi, mi tía del alma, pudo una vez contigo y podrá dos, porque tu serás muy fuerte, pero jamás tendrás el amor que ella regala y recibe y eso, querido ‘no amigo’ es el arma más letal del universo. Prueba si quieres, sigue ganando enemigos, que un día -te lo aseguro- todos los que hemos recibido palos por tu parte sonreiremos victoriosos al verte desaparecer.
No nos pidas que seamos tus amigos si te niegas a cambiar, porque ninguna persona en este mundo merece sentirte. Pese a ello, voy a transformar toda esa ira hacia ti en amor y fuerzas para los que te sufren, porque una mente feliz transforma en superhéroe a cualquiera. ¡Ánimo, Susi (y tú, que me lees, puede sustituir este nombre por el que quieras)! Porque tú eres mi superheroína. Una gaviota que no se rinde y que seguirá volando con aires de victoria.