La fe se vive y se promueve sin alzar la voz. Carlos Ramírez Sánchez-Maroto. Doctor en Derecho Ambiental. Abogado. - El Sol Digital
La fe se vive y se promueve sin alzar la voz. Carlos Ramírez Sánchez-Maroto. Doctor en Derecho Ambiental. Abogado.

La fe se vive y se promueve sin alzar la voz. Carlos Ramírez Sánchez-Maroto. Doctor en Derecho Ambiental. Abogado.

El desafío del denominado “nuevo ateísmo” es ciertamente provocador. Pero su provocación se debe no tanto a su contenido y planteamientos, reiterados desde antes de la revolución francesa e impulsados en este acontecimiento histórico, sino por la hondura de su estrategia y sus formas, su estilo directo y desenfadado y, sobre todo, a su legítima reivindicación del derecho de existencia, permanencia y de reconocimiento en avanzadas sociedades democráticas, laicas, banalizadas y pluralistas.

Desde el ateísmo su crítica implacable a la fe en Dios, y sobre todo a la religión católica, que no tanto a la musulmana, en tanto que superstición, creación humana para someter y manipular a los hombres, refugio de seres incapaces de afrontar su libertad, el conocimiento auténtico de la realidad, también es tan vigorosamente provocadora como incierta.

Los textos básicos de los principales representantes de esta nueva ola atea, de R. Dawking, M. Onfray, Sam Harris, Ch. Hitchens, D. Dennett o, en diferente medida, P. Flores D’Arcais suscitan, un profundo desaliento: en ellos solo hay ideas torcidas del fundamentalismo intolerante de las religiones. Del amor sobrenatural, las virtudes teologales, y humanas, casi nada.

Para contrarrestar la pobreza y tergiversada visión intelectual y abrir el horizonte más allá de la polémica ateísta, los cristianos aceptamos con deportividad ese envite de meros fundamentos en el racionalismo cientificista (“lo sabemos todo”) o del hedonismo ateo, la radicalidad de la autonomía de la voluntad, que impulsa la ideología de género, las prácticas abortivas como derechos de las mujeres, condición que niega esa ideología antinatural.

Es posible que sea un debate y diálogo de sordos, de “colisiones de idiosincrasias”. La fe en Dios y la religión no se dejan cuestionar tan fácilmente por los otros.

Tomás, el Apóstol no creyente, pretendía un signo irrevocable, una señal evidente de la vida de Dios. Quizás, el ateísmo debe ser posible para que el conocimiento de Dios tenga un valor moral. Si la verdad de Dios fuera de la misma condición que las matemáticas o que una afirmación científica sin más, desaparecería el valor de la creencia religiosa incondicional. Es necesario que haya una elección libre de Dios por el hombre, y que escojamos hacer de nuestra existencia una aventura confiada a Alguien.

El ateo lo que rechaza es una concepción inadecuada del ser de Dios o de la religiosa vinculación a él. Siendo esto así, podemos conceder a toda manifestación atea, sea de la índole que sea, algún elemento de verdad, por cuanto negando (lo que no es) en el fondo afirmaría (lo que sí es).

No es cuestión, únicamente, de mostrar los errores del ateo denunciando por qué están mal, sino ofrecer el gozo de la fe, anunciando por qué creer está bien. Si la fuerza del ateísmo reside en denunciar imágenes deformes del mismo Dios, su debilidad consiste en no saber –o no poder- captar nada más que eso.

En nuestro diálogo con el ateo no podemos confiarlo todo al frío y abstracto discurrir sobre la existencia metafísica de Dios. No son pocos los ateos que, detenidos por obstáculos más afectivos que intelectuales, son muy sensibles a la vida coherente del testigo, a su destino espiritual.

La afirmación de Dios presente al interior del ser humano lo inquieta, lo traspasa, lo compromete y, si se deja, lo transforma. El horizonte de un Dios liberador y compasivo y una existencia religiosa, cristiana, comprometida y feliz, en coherencia con la fe ilusiona de inmediato, una religión de yugo leve y llevadero, cuyo pilar es el amor a nuestro Señor, rey de la caridad que dio su vida para salvarnos.

La enorme complejidad de las razones de la fe y no menos de las razones de la increencia, del agnosticismo y del ateísmo más militante, nos anima a leer el libro de la excelente estudiosa de las religiones, Karen Amstrong, En defensa de Dios. El sentido de la religión, para liberar de prejuicios y hacer más auténticas nuestras posiciones, de fe y más “pacífica y compasiva” una fundada y limpia “defensa de Dios”, tomando en serio la crítica, las razones y los interrogantes del ateísmo y a la vez mostrando a éste sus gravísimas debilidades y límites.

Los ateos defiende una sociedad de un “Dios es expulsado” y debaten si  ¿Hay lugar para Dios hoy?. El Dios de Jesús y su Reinado de bien, de vida, de justicia y de paz para los seres humanos y para la entera creación. Cuando los focos de la controversia se centren en nuestra fe, los cristianos de base lo vemos como una oportunidad. Todos somos la Iglesia y, unos se asombran, otros se indignan y no faltan quienes se escandalizan.

Es muy sencillo. La promesa de un Redentor divino ilumina la primera página de la historia de la humanidad; el Salvador del mundo, apareciendo en la tierra, inauguró una nueva civilización universal, la civilización cristiana, inmensamente superior a la que el hombre había conocido hasta entonces.

En el curso de los siglos, las perturbaciones se han ido sucediendo unas tras otras hasta llegar a la revolución de nuestros días, la cual por todo el mundo es ya o una realidad cruel o una seria amenaza, que supera en amplitud y violencia a todas las persecuciones que anteriormente ha padecido la Iglesia.

En la doctrina atea, sea liberal o la marxista, no queda lugar ninguno para la idea de Dios, no existe diferencia entre el espíritu y la materia ni entre el cuerpo y el alma: no existe una vida del alma posterior a la muerte, ni hay, por consiguiente, esperanza alguna en una vida futura.

Los comunistas afirman que el conflicto que impulsa al mundo hacia su síntesis final puede ser acelerado por el hombre. Al negar a la vida humana todo carácter sagrado y espiritual, esta doctrina convierte naturalmente el matrimonio y la familia en una institución meramente civil y convencional, nacida de un determinado sistema económico; niega la existencia de un vínculo matrimonial de naturaleza jurídico-moral que esté por encima de la voluntad de los individuos y de la colectividad y, consiguientemente, niega también su perpetua indisolubilidad.

En el último tercio del siglo XIX las masas obreras estaban ya preparadas para aceptar el marxismo debido al abandono religioso y moral a que los había reducido el liberalismo, que ensalzaba a la razón, y la ciencia. Con los turnos de trabajo, incluso dominicales, no se dejaba tiempo al obrero para cumplir sus más elementales deberes religiosos en los días festivos; no se tuvo preocupación alguna para construir iglesias junto a las fábricas ni para facilitar la misión esencial del sacerdote; todo lo contrario, se continuaba promoviendo positivamente el laicismo y apartar la religión de la sociedad.

La afirmación fundamental es ésta: no porque los hombres crean en Dios, existe Dios, sino que, porque Dios existe, creen en Él y elevan a sus súplicas a todos los hombres que no cierran voluntariamente los ojos a la verdad.

El hombre tiene un alma espiritual e inmortal; es una persona, dotada admirablemente por el Creador con dones de cuerpo y de espíritu. Dios es el último fin exclusivo del hombre en la vida presente y en la vida eterna; la gracia santificante, elevando al hombre al grado de hijo de Dios, lo incorpora al reino de Dios en el Cuerpo místico de Cristo. Por consiguiente, Dios ha enriquecido al hombre con múltiples y variadas prerrogativas: el derecho a la vida y a la integridad corporal; el derecho a los medios necesarios para su existencia.

Más importante aún para remediar el mal de que tratamos es el precepto de la caridad, que tiende por su misma naturaleza a realizar este propósito. Esa caridad cristiana, paciente y benigna (1Cor 13,4), que evita toda ostentación y todo aire de envilecedor proteccionismo del prójimo; esa caridad que desde los mismos comienzos del cristianismo ganó para Cristo a los más pobres entre los pobres, los esclavos.

El respeto por el medio ambiente es una manifestación de nuestro amor hacia Dios y hacia el prójimo, pues se honra a Dios cuidando lo que Él ha creado y se respeta al prójimo al no destruir el patrimonio ambiental común.

La Biblia nos dice que Dios en el momento de la creación definió tres relaciones fundamentales, la primera es la del ser humano con Dios, ya que estamos hechos a su imagen y semejanza (Génesis 1:26), la segunda es entre nosotros, ya que la raza humana fue plural desde el principio (Génesis 1:27), y la tercera, nuestra relación con nuestra buena tierra y sus criaturas, sobre las cuales nos dio dominio (Génesis 1:28-30).

La Tierra le pertenece a Dios porque Él la creó, y nos pertenece a nosotros porque nos la delegó. Esto no significa que nos dio la responsabilidad de preservar y desarrollar la tierra, de cuidarla en su nombre. Dios nos ha entregado el medio ambiente para ejercer una dominación responsable y no una dominación destructiva. Dios se humilló a sí mismo al relacionarse con nosotros los hombres y como un acto de amor y confianza nos comisionó el cuidado de su creación, dejando en nuestras manos la Tierra, «para que la cultiváramos y la cuidáramos» (Génesis 2:15).

La dignidad del ser humano no reside únicamente en una condición ontológica de privilegio, sino también, y de manera especial, en la responsabilidad social del ser humano de ayudar a conducir el mundo hacia el fin para el cual ha sido creado. La fe en el cristianismo es una virtud teologal y se basa en la obra y enseñanzas de Jesús de Nazaret. En lugar de ser pasiva, la fe conduce una vida activa alineada con los ideales y ejemplo de vida de Jesús. Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.

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