Los resultados electorales en Galicia y País Vasco representan para Pedro Sánchez la puntilla que le faltaba. Jamás fue un líder pero se ha aferrado a ser presidente del Gobierno a cualquier precio y lo lleva pagando en seis convocatorias consecutivas, dejando a su partido en mínimos desconocidos. Ahora, como ya se sabía, las luchas intestinas, en la que Susana Diaz va a jugar un papel protagonista, arreciarán. Mientras tanto, España sigue sin un gobierno estable, aunque eso debe ser lo de menos para el secretario general socialista.
Pero Mariano Rajoy no puede presumir de nada. Si en Galicia Alberto Núñez Feijóo ha revalidado su mayoría absoluta no será por el apoyo de Rajoy, envuelto en mil y un líos de corrupción en su partido; Núñez incluso realizó su campaña electoral con las mínimas menciones al partido al que pertenece, lo que dice bastante de cómo están las cosas. En cuanto a los resultados en el País Vasco, sus 9 diputados lo hacen insignificante; el PNV tiene a Bildu y a PSOE para gobernar sin necesidad de un partido que no tiene predicamento apreciable entre los vascos.
Por su parte, Ciudadanos no alcanza representación parlamentaria en estas dos comunidades autónomas, lo que sin duda puede extrapolarse a unas próximas terceras elecciones generales. El papel de bisagra de Albert Rivera debería completarse con mensajes más contundentes en una hora tan crítica como la que vive España.
En Marea y Bildu, y en menor medida Podemos, se alzan como segundas fuerzas en las comunidades que acudieron el domingo a las urnas, lo que representa un gravísimo síntoma de descomposición nacional y una amenaza para el próximo futuro por el carácter de amigos de los terroristas de la fuerza vasca y la naturaleza antisistema de En Marea.
El debilitamiento de PSOE abre la puerta a un crecimiento tumoral a su izquierda en un peligroso viaje de la nación del bipartidismo a no se sabe dónde.