La muerte de un joven de 22 años en la madrugada del sábado en la confluencia de las calles  malagueñas Convalecientes y Lazcano, en la puerta de una discoteca, es un hecho horrible por cuanto se ha perdido una vida, pero es más terrible aún al tratarse de quien tenía muchos años por delante. Los salvajes que han perpetrado este crimen, tras propinarle una brutal paliza que le ocasionó la muerte cerebral, es muy probable que sean detenidos, pero no repararán nunca, por muy grande que sea la pena que le impongan, y siempre será poca, la cuantía del daño causado.

Las sinrazones que pueden llevar a matar a un joven que media en una pelea pueden ser muchas: la falta de educación y cultura, el impulso juvenil y la demostración de fuerza, los instintos violentos, la ausencia de responsabilidad por los actos cometidos… pero la tragedia está ahí. No basta con el pésame a la familia, que le hacemos llegar desde aquí, ni el silencio en estos momentos de luto, solo una acción decidida y en muchos frentes, públicos y privados, puede reducir al mínimo estos repugnantes hechos.