El derribo de La Mundial se ha convertido en polémica local, con curiosas alianzas políticas y ciudadanas que defendían el edificio, pero también algunos medios de comunicación, con independencia de la legalidad de su derribo, el autor del nuevo proyecto -nada menos que Rafael Moneo, Premio Pritzker de Arquitectura, el Nobel de la especialidad- o el valor de lo derribable y la necesidad de que la ciudad se renueve a sí misma, lo que por otra parte sucede inevitablemente. Pero lo mismo acontece con el edificio del muelle de Levante, la Tribuna de los Pobres, o sucedió con la Plaza de Félix Sáenz o La Marina. Naturalmente, hay cambios que son para peor y lo que se quiere levantar no es más que un bodrio, como hay espacios levantados que no merecen continuar en pie impidiendo una nueva propuesta. Pero si una parte de la ciudad se opone sistemáticamente a cualquier cambio significativo en su ordenación urbana o su fisonomía, no cabe duda de que apuesta por su muerte. Una catedral se levanta sobre una mezquita y ésta sobre un templo visigodo y así. Las ciudades crecen y mueren continuadamente. Es la vida de las piedras.