Hablábamos hace unas semanas de la salvajada de algunos padres al dejar en un coche cerrado y al sol a sus hijos. Con ser espeluznante el delito, aún los hay más aterradores. Días pasados ha sido condenado, en la audiencia de Pontevedra, un individuo de Moraña por el asesinato de sus dos hijos menores, que debía entregar a su madre, con la condena máxima del actual código penal, que es la prisión permanente revisable. Es la primera vez que se aplica esa pena y el parricida la oyó sin inmutarse, aunque había confesado su crimen, mientras el fiscal no podía reprimir las lágrimas. Peor fue, aunque la condena fuera menor por el anterior Código Penal, el crimen hace unos años de José Breton, en Córdoba, que mató y quemó a sus hijos para “fastidiar” a su mujer y nunca ha reconocido ser culpable ni ha mostrado arrepentimiento. ¿Quién puede matar a un niño? es el título de una película de Narciso Ibáñez Serrador del año 1976. Esta es la pregunta y hay múltiples respuestas a ella. Pero una podría ser que todos, por activa o pasiva, podemos hacerlo y de hecho lo hacemos. Los más de forma pasiva cuando, en la medida de nuestras escasas posibilidades, no movemos un dedo para intentar paliar las hambrunas que cuestan cada día centenares de niños fallecidos. Y pueden los gobernantes e individuos que cometen genocidios masivos, los que tiran bombas en guerras contra la población civil, los terroristas que perpetran atentados indiscriminados; y la Humanidad en conjunto que no da acogida a los que huyen de los conflictos, no solo bélicos, en todas las partes del mundo. A veces hay una foto como la Aylan Kurdi, el niño sirio que se ahogó en la huida y apareció en una playa de Turquía, que estremece las conciencias de todos, pero pronto nos olvidamos arrastrados por las olas de la cotidianeidad.
Richerdios