Las viejas medidas políticas tornan a su fin. Los aspectos más anquilosados de la política española han visto la luz al final del túnel, pero la luz es la de un mercancías que ellos mismos han llamado con su ineptitud. La paciencia del votante español está más que agotada y las mentiras y triquiñuelas de antaño van quedando progresivamente en el olvido. Uno de esos trucos baratos es maquillar las gestiones de una legislatura durante los últimos meses de ésta. Los mandatarios pecan de realizar numerosas promesas durante sus campañas, pero para rematar su faena apuran sus tareas hasta última hora para aparentar una gestión eficiente. Apreciar esta circunstancia es tan triste como fácil, pues los responsables políticos son expertos en dar esa imagen de estudiante que se lee el temario la noche antes del examen con la esperanza de que un ente superior y una pizca de inspiración le salven de septiembre.

En las últimas semanas se han arreglado muchas carreteras en Andalucía, se han gestionado trámites que en su momento eran un cubo de Rubik y más milagros administrativos que no conocemos. Quizá por esto Susana Díaz no ha querido agotar ninguna de sus dos legislaturas, para que los tiempos de abundancia llegasen antes. A lo mejor a Díaz le habría gustado apurar de forma integra su tercera legislatura, pero hasta que no se puedan estudiar universos paralelos esa circunstancia será desconocida. La política ha pasado a ser como el amor, el compromiso es efímero y la posibilidad de cambio es constante, pues un voto es un compromiso para cuatro años y no para toda la vida. Llegar a casa oliendo a destilería y con un ramo de flores de la gasolinera más cercana no volverá a ser opción para los políticos, que lo asimilen cuanto antes.