Málaga ha crecido de forma exponencial en lo cualitativo y lo cuantitativo. De hecho, se ha convertido en uno de los destinos turísticos preferidos y la mejor ciudad para invertir, solo por detrás de Madrid y Barcelona. La ciudad ha concretado y ha mejorado algunos de sus proyectos emblemáticos, como la peatonalización de calles, el Metro, la simbiosis con el Puerto, el incremento del equipamiento hotelero, etc. Sin embargo, aún quedan gigantes mudos y petrificados que se adivinan sobre el skyline de la ciudad. Son, pues, el producto de la incomprensión política y la desidia administrativa. E incluso obedece a sinrazones que no acabamos de entender. Lo cierto es que, en este particular cementerio, encontramos el edificio de Correos, una mole deteriorada y calcárea que ve, ante sí, pasar los siglos. Una situación no menos dramática que la sufrida por los cines Astoria y Victoria. Y, qué decir, del cauce seco y lamentable del Guadalmedina. De momento, ningún turista ha tenido la osadía de hacerse un selfie por aquellos lares. En los tres casos, su situación de abandono se ha prolongado sine die. Guerras políticas, nula sintonía entre administraciones o la falta de visión, han convertido elementos emblemáticos en auténticas momias del inframundo. Después del revuelo montado por el proyecto de Antonio Banderas y el arquitecto José Seguí, la Plaza de la Merced sigue con un mamotreto a sus espaldas. No se puede consentir que, en una zona de alta densidad turística y dinamismo, prosiga tal penuria. Cualquier malagueño podría decir, sin sonrojarse: “desde lo alto de estas pirámides, ¡cuarenta siglos os contemplan!”.
De aquí pasamos al edificio de Correos. Nueve años de abandono han conseguido que su entorno se parezca más al set de Walking Dead (esa serie de zombies) que al centro neurálgico de una gran ciudad. Recientemente, el parlamentario de Ciudadanos por Málaga, Carlos Hernández White, reclamaba al Ejecutivo andaluz que desbloquease la situación de este edificio y le diera, por fin, un uso real. Francisco de la Torre, por su parte, ha defendido su transformación como plaza hotelera. Mientras persiste este debate estéril, el inmueble languidece.
Un poco más claro está el asunto del río Guadalmedina. El Ayuntamiento ha puesto sobre la mesa un ambicioso proyecto que contempla el soterramiento del tráfico, la instalación de varias plazas donde se erigen los puentes que unen ambas márgenes de la ciudad. El espejo donde mirarse es Valencia. De prosperar, supondría la definitiva vertebración del eje norte-sur. La mala noticia es que la propuesta municipal contempla una inversión de 250 millones de euros, una cantidad que nadie estará dispuesto a asumir.
Mejor suerte corre La Equitativa, otro de los grandes edificios que ha perdido lustre. En honor a la verdad, es un inmueble que rompe con la estética del siglo XIX y principios del XX de la que presumen calle Larios y plaza de La Marina. Como no hay consenso para demolerlo, se ha preferido dejarlo tal como está. Key International, un grupo inversor norteamericano, emprenderá su reforma y puesta al día para convertirlo en un hotel de cinco estrellas. Se estima que podría abrir sus puertas a finales de 2020.