Si te preguntan cómo te sientes, ¿qué responderías? ¿Y si no pudieses utilizar ni “bien” ni “mal” para contestar? Ahí se complica el asunto, ¿verdad?
¿Sabes identificar tus emociones? ¿Te cuesta ponerle palabras?
Tenemos ese resorte que nos sale de manera automática: “Bien, gracias ¿y tú?” Y eso puede deberse a varios motivos:
- Porque sentimos que la pregunta es meramente de cortesía y no se espera que demos una respuesta más detallada e, incluso, pensamos que si lo hiciésemos no sería bien acogida.
- A veces es porque no queremos hablar y sabemos que si lanzamos un “bien” es más probable que se zanje el tema. Curiosamente, en la mayoría de las ocasiones en las que lo hacemos por este motivo, nuestra respuesta sincera tiraría más al “mal” que al “bien”, pero el responder “mal” sí que llevaría a que nos preguntasen los motivos.
- Y otras es porque no sabemos identificar cómo nos sentimos o ni siquiera nos hemos parado directamente a hacerlo.
«Bien» y «mal» no son emociones ni sentimientos, no nos aportan información, tan solo un juicio. Por ejemplo, no siempre que nos sintamos sensibles vamos a categorizarlo como bueno o como malo. Por eso, este tipo de respuestas no dejan de ser disfraces que despistan y nos despistan. La rueda de las emociones puede ayudarnos a identificar como nos sentimos, ya que al leerlas nos es más fácil identificarlas.
Las emociones primarias o básicas son aquellas que se dan en todos los seres humanos. Serían el miedo, enfado/ira, tristeza y alegría/felicidad, a las que pueden añadirse el asco y la sorpresa. Son reacciones fisiológica primarias, instintivas, involuntarias y no aprendidas en respuesta a un estimulo externo. Se originan en el sistema límbico, son muy rápidas y se sienten con mucha intensidad. Se considera que no contienen otras emociones, y tienen un carácter innato, estando asociadas a la evolución de la especie. Tienen un claro fin social y de salvaguardia personal, aunque su producción y manifestación puede alterarse en función del nivel de desarrollo cognitivo y cultural.
Las emociones secundarias parecen estar más ligadas al desarrollo cognitivo-cultural que a los procesos evolutivos. Se activan de una manera relativamente lenta, no tienen una expresión facial reconocible, comparten patrones de reactividad autónoma con otras emociones y pueden estar asociadas con un amplio rango de estímulos, incluyendo conceptos abstractos. Una clasificación podía ser: de la alegría (amor, placer, diversión, euforia, entusiasmo y gratificación); del asco (repugnancia, rechazo, antipatía, disgusto y desprecio); enfado (cólera, rencor, odio, irritabilidad, rabia e impotencia); del miedo (angustia, desasosiego, incertidumbre, preocupación, horror y nerviosismo); de la sorpresa (desconcierto, sobresalto, admiración y asombro); de la tristeza (pena, soledad, pesimismo, compasión y decepción).
Existen otra serie de emociones secundarias que no se derivan directamente de las emociones primarias, sino que son consecuencia de la socialización y del desarrollo de la autoconciencia, siendo muy susceptibles de variaciones socioculturales. Serían las llamadas emociones autoconscientes o cognoscitivas superiores. Como ejemplo tenemos la culpabilidad, el desconcierto, el orgullo, la envidia y los celos.
De esta manera le damos nombre, espacio, atención y podemos (re)conocer(nos) mejor. Podemos ver cómo y dónde sentimos cada una de esas emociones. En qué parte del cuerpo la notamos. La mayoría de las veces no sentimos solo una emoción, sino varias, cada una en distinta medida.
Además, esto nos ayudará a tener en cuenta que no siempre vamos a vivir las emociones de la misma manera, porque nunca estarán solas. Por ejemplo, no es lo mismo sentir vulnerabilidad y liberación que sentir vulnerabilidad junto a culpabilidad. Cómo se combinen es lo que nos va a proporcionar resultados distintos.
¿Por qué es importante recordar esto? Porque si analizamos nuestras emociones en base a una única palabra podemos sentir mucha confusión. Volviendo al ejemplo anterior, si nos quedásemos con lo primero, sin matices, tendría sentido que nos preguntásemos ¿por qué me siento mal hoy al mostrarme vulnerable si otras veces eso ha hecho que me sienta bien? La respuesta ya la sabemos, porque no es lo mismo que se acompañe esa vulnerabilidad de liberación que de culpabilidad, pero si no hubiésemos hecho el esfuerzo de parar a ver los “ingredientes” la sensación de extrañeza sería inmensa. ¿Y qué viene muchas veces de la mano con esa extrañeza? El juicio, ya sea interno – “hay algo mal en mí” – o externo – “esto no está bien, no puedo mostrar vulnerabilidad” –.
Mirar la rueda de las emociones, entender cuales estamos transitando, poder dar palabras a lo que sentimos, es una herramienta maravillosa para conocernos.
Eso sí, dicho de esta forma puede parecer algo sencillo, pero, tras la identificación de las emociones se abren muchos caminos que se pueden seguir. ¿Por qué siento esto? ¿De dónde viene esto otro? Eso ya es algo más laborioso pero que puede ser muy satisfactorio.
Es importante identificar qué somos y sentimos en realidad, y no qué queremos ser o sentir porque nos han enseñado que hay una forma que se considera buena de sentir, ser, pensar y expresarse. Es normal, lógico y habitual que eso también cueste, y a veces necesitamos ayuda terapéutica para hacerlo, pero recuerda que eso solo pasa porque, desafortunadamente, sufrimos en general bastante de analfabetismo emocional. Y tú, ¿cómo te sientes?