Toda ejecución de una obra pública conlleva molestias inevitables para el ciudadano mientras ésta se ejecuta, pero el alargamiento indefinido en el tiempo de las obras que tienen lugar en el centro de Málaga -las próximas a El Corte Inglés se prolongaron cerca de diez años, con el añadido de que no todo el tiempo se trabajó- conllevan un coste de comodidad ciudadana insoportable, por no hablar de los comercios que han cerrado en la Alameda Principal al dificultarse en extremo el acceso de los clientes a los mismos, a lo que hay que añadir la imagen de una ciudad permanentemente en obras que se llevan quienes nos visitan. Si a esto se añade el inalterable ritual cada cuatro años de iniciar nuevas obras en los meses anteriores a las elecciones municipales, pues se suman los problemas. Por supuesto, eso de trabajar día y noche en tres turnos, emplear la maquinaria más innovadora, una política de compra de materiales que no signifique esperas innecesarias … de eso nada, lo que no es incompatible con que los responsables municipales se llenen la boca con frases rimbombantes acerca de una Málaga Smart city, capital tecnológica y otras zarandajas que el ciudadano no comprueba en su vida diaria.