Los asuntos salen de la sede de Naciones Unidas en Nueva York aplazados y sin solucionar en la mayoría de los casos. Así es la vetusta e ineficaz institución desde su nacimiento en 1945. Hay muchas razones. Una es el poder de veto de los cinco miembros permanentes. ¿Qué podría pensar cualquier habitante del planeta víctima de un conflicto internacional, sea un rohingya birmano, un ucraniano, un sirio…?
Junto al East River de Manhattan, el viejo mastodonte pasa sus días devorando los presupuestos de todas las naciones del planeta y rodeados sus funcionarios, jerarcas y otros consumidores de privilegios de la retórica que producen para parecer que hacen algo útil por los demás.