El pasado 30 de enero, fallecía en Sevilla el pintor Manuel Salinas, destacado referente del arte abstracto en España, a causa del Covid 19.
Nacido en Sevilla (1940) en el seno de una familia de raigambre aristocrática, Salinas siguió los pasos de su padre dedicándose plenamente al arte con mayúscula, cultivando primordialmente la pintura.
De formación autodidacta, desdeñó los estudios de Bellas Artes aunque se matriculó en la Escuela de Arquitectura y en Filosofía y Letras.
Conocí a Manuel Salinas en uno de los múltiples viajes que hacía a Sevilla a finales de los años noventa para visitar estudios, ver exposiciones o cenar con colegas y artistas. Convivían en ese momento en esta ciudad dos corrientes artísticas contemporáneas, por un lado la pintura abstracta que ya venía de provocar una distancia estética con el arte “oficial” establecido, por otro, una nueva generación de artistas próximos a los lenguajes figurativos, narrativos o conceptuales que también tenían sus antecedentes teóricos en torno a la revista “Figura” de los años ochenta. Ambas generaciones compartían el territorio de la pintura aunque desde posiciones muy distintas, desde los lenguajes abstractos expresionistas o geométricos a una polifonía figurativa trasgresora estéticamente. Ambos grupos se movían por afinidades estéticas, compartían sensibilidades o información entre ellos aunque en ningún momento se sentían grupo, ni nada que los etiquetara o los llevara a posiciones lejos de su individualidad o de su espacio de libertad creativa.
Salinas era un offside, un raro, un artista independiente, libre de ataduras de ninguna clase que rápidamente me interesó. Conocía a todos los artistas de su generación, valoraba a los más jóvenes que traían “buena pintura” pero buscaba un aislamiento necesario para vivir en tensión creativa. Persona de carácter afable, reservada, irónica, con una elegancia discreta capaz de pasar desapercibido, culto y de gustos exquisitos. Gran persona, mejor artista.
De la figuración a la abstracción
Inició su trayectoria artística en 1962, con su primera exposición individual en el Club La Rábida de Sevilla, por entonces un espacio con cierto aire de modernidad. Sus pinturas eran figurativas, en una búsqueda de un lenguaje propio. Años más tarde su pintura fue evolucionando por caminos abstractos, considerando la figuración como un lenguaje pictórico que ya había agotado.
Sus primeras obras abstractas, realizadas sobre papel, exploraban un lenguaje expresionista, gestual, intuitivo, de hallazgos formales. Eran trazos sueltos de color negro y grises, con líneas incipientes de rojo intenso. Pero Salinas no se da por satisfecho, no se acomoda en un lenguaje conocido, investiga y trabaja en una búsqueda constante, algo que le ha caracterizado a lo largo de toda su trayectoria artística. Sin embargo, esta ruptura ya no tiene vuelta atrás
Sus largas estancias en Barcelona o sus viajes a Paris le abren a unos aires más cosmopolitas. Posteriormente expone en Casablanca, Bogotá y Madrid. En Madrid presenta su obra más reciente en la prestigiosa galería Buades, hoy desaparecida, de la mano del activo y afinado crítico Juan Manuel Bonet.
Conocí a Manuel Salinas ya en una etapa de madurez. Visité su casa-estudio sevillana en numerosas ocasiones, un espacio de ensimismamiento en el que él se refugiaba, un lugar de un orden desordenado, un amplio rincón lleno de pinceles, pinturas sobre mesas de maderas nobles, cuadros, grabados antiguos, esculturas clásicas y objetos varios, unos cómodos sillones que incitaban a la conversación templada. Siempre te recibía con una sonrisa obsequiosa. Atrás quedan los recuerdos emotivos o las anécdotas mutuas vividas, pero, por encima de todo, el fuerte impacto de su obra, la emoción del color. ¿Acaso no son estos los argumentos que sustentan la relación arte y vida?
Ya en su etapa de madurez, la obra pictórica de Salinas se centra en el color con una estructura geométrica en la superficie, trazada con líneas desiguales, creando una tensión entre la emoción y la razón, los sentimientos y la mente, la poesía del color y el debate intelectual. La mancha, la línea, el color, la composición, el trazo, la textura, eran los ingredientes imprescindibles en su pintura, con ecos lejanos del expresionismo abstracto norteamericano o de un capítulo de la abstracción lírica.
Hoy su obra forma parte de importantes colecciones públicas y privadas como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Fundación La Caixa, Colección Banco de España o Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.
En 2016, el Ayuntamiento de Sevilla le concede la Medalla de Oro de la ciudad, este mismo año ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de Sevilla.