Durante el Holoceno medio a tardío (hace unos 6.000 años) hubo un cambio climático que manifiesta evidentes trastornos sociales en Asia Occidental y Medio Oriente. El colapso del Imperio Acadio de Mesopotamia, la desurbanización de la civilización indo y la expansión del pastoreo a lo largo del Nilo, son algunos ejemplos de los cambios sociales que se han relacionado con ese clima extremo.
El debilitamiento del monzón africano, asociado al final del período del «Sahara verde«, fue capaz de amplificar las megasequías. Esto ocurrió debido a la disminución de la temperatura superficial del mar del Océano Índico y un desplazamiento hacia el este de la Circulación de Walker.
Por tanto, la retroalimentación climática del polvo de la vegetación desempeñó un papel importante en la modulación de la variabilidad del hidroclima en el este de Asia. A su vez, pudo haber influido en los patrones de asentamientos humanos en toda la región durante el Holoceno.
A principios de la era cristiana, el clima que dominaba en el Mediterráneo era caluroso y más húmedo que el actual, lo que permitió un cierto nivel de prosperidad. Aparte de veranos secos y calurosos, los inviernos eran, en general, más suaves, y no sólo en la zona mediterránea, sino en buena parte de Europa. De hecho, el cultivo de la vid se había extendido por gran parte de Alemania e Inglaterra, hasta el punto de que este último país, hacia el año 300 d. de C., no necesitaba importar vino para cubrir sus necesidades.
El llamado Período Cálido Romano tocó techo hacia el año 400 d. de C., y ciertamente esa fecha marca el principio del fin del Imperio. Los inviernos se fueron volviendo cada vez más rigurosos, especialmente en el norte de Europa, lo que forzó a los pueblos bárbaros a desplazarse hacia el sur, abriendo cada vez más brechas en las fronteras del Imperio.
Un siglo más tarde, hacia el siglo v, se produjo la llamada plaga de Justiniano, que tuvo su origen en Egipto, de ahí pasó al imperio bizantino y luego al romano, y redujo su población del orden del 50%.
Durante la Alta Edad Media, gran parte de Europa sufría periodos de frio, aunque tampoco hay que pensar en un invierno permanente, sino en muchos años seguidos en que los inviernos fueron muy rigurosos, con frecuentes olas de frío, siendo el resto de las estaciones más secas que lluviosas.
De todas formas, este período frío no tuvo en toda Europa la misma duración. Mientras que en Escandinavia el clima se fue suavizando hacia el año 700, en Centroeuropa la transición del frío al calor se postergó hasta los tiempos de Carlomagno; es decir, de mediados del siglo octavo a principios del noveno, mientras que en la península ibérica no fue hasta principios del siglo XI cuando se recuperaron las temperaturas.
Hacia el año 700, en latitudes altas del hemisferio norte, se inicia un período cálido bastante excepcional, que se prolongaría hasta el año 1200 aproximadamente y que en climatología recibe el nombre de Pequeño Óptimo Climático o Medieval.
En la actualidad hay un gran debate científico sobre si en dicho período el calentamiento era de mayor o menor magnitud que el que nos está tocando vivir. La suavidad de los inviernos de aquel entonces permitió al vikingo Erik El Rojo instalarse en Groenlandia a finales del siglo x. Cuando avistaron aquel nuevo territorio, le bautizaron como Groenlandia, que literalmente significa «tierra verde». El apogeo de esa fase cálida ocurrió entre los años 1100 y 1300.
Las altas temperaturas vinieron, además, acompañadas de generosas precipitaciones siendo, aparte de caluroso, un período excepcionalmente húmedo. Concretamente en la península Ibérica coincide con la aparición de la Mesta –forma coloquial con la que se conoce a «El Honrado Concejo de la Mesta de los pastores de Castilla»–, una serie de privilegios reales que, aprovechando la bonanza en el clima y los abundantes pastos, favorecieron la producción de la lana y su exportación a Europa.
En Europa, justo a mediados del siglo XIV, la sucesión de años frescos y húmedos, con muy poca insolación, diezmaron las cosechas de cereales y vid y favorecieron la rápida extensión de la peste negra.
La transición del calor al frío se caracterizó por ser un periodo extraordinariamente húmedo, que fue dando paso a años cada vez más fríos, en lo que sería el inicio de la Pequeña Edad de Hielo (peh), que se prolongaría hasta mediados del siglo XIX.
El meteorólogo Inocencio Font Tullot, en su conocida «Historia del clima de España», comenta que en España el clima no empezó a cambiar de manera notable hasta bien entrado el siglo XVI, lo que no evitó la incidencia de la peste. Incluso, hace referencia a algunos casos de canibalismo, ocurridos en el año 1315, en varios países de Europa Occidental, como consecuencia de la crisis climática.
En España, podemos fijar el arranque de la peh hacia el año 1500. La peh consistió, en líneas generales, en la sucesión de 150 años casi ininterrumpidos con inviernos largos y muy fríos y veranos cortos y frescos, aunque en dicho período el cambio climático no fue global, ya que algunos indicadores apuntan a que en el hemisferio sur de la Tierra apenas se notaron sus efectos.
Suele considerarse el período de 1550 a 1700 como el más frío, iniciándose el enfriamiento en algunos lugares a finales del siglo XIV, y prolongándose en otros hasta mediados del XIX, con importantes altibajos a lo largo de esos casi cinco siglos de historia. Entre 1565 y 1665 los paisajes invernales se convirtieron en un motivo muy recurrente entre los pintores europeos, lo que es una prueba clara del tipo de tiempo dominante en aquella época.
Dos fueron las causas principales que, presumiblemente, desencadenaron ese período tan frío de la historia. La actividad solar fue una de ellas. Por otro lado, la actividad volcánica era bastante mayor que en la actualidad, emitiéndose a la estratosfera enormes cantidades de partículas procedentes de erupciones explosivas, como la del Tambora, en 1815, o la del volcán islandés Laki, en 1783, que le permitió a Benjamín Franklin (1706-1790) establecer por primera vez una relación entre los volcanes y el clima.
En 1846 el clima sufrió grandes altibajos, con años extraordinariamente lluviosos que inundaron los campos irlandeses y pudrieron las patatas. Ello provocó la Gran Hambruna, que se prolongaría hasta 1850, muriendo hasta un millón de personas y provocando un éxodo masivo de irlandeses a los EEUU.
El período que va desde 1850 hasta nuestros días, cubierto en su totalidad por registros de las variables climatológicas, si lo comparamos con otros de los períodos históricos que se han ido comentando, podemos considerarlo un período cálido y benigno que, sin duda, ha contribuido al crecimiento económico y de población más importante acontecido a lo largo de toda la historia de la humanidad.
En todo ese tiempo, el clima no se ha comportado de forma uniforme, sino que podemos distinguir tres grandes períodos.
El primero de ellos sería el que va desde 1880 hasta la década de 1940, caracterizado por una recuperación continua, lenta y sostenida de las temperaturas. Dicha tendencia se quebró entre las décadas de 1950 y 1970, para iniciarse en los años 80 del siglo XX una nueva fase cálida, que es en la que nos encontramos en la actualidad, y que los científicos relacionan con el cambio climático.
Puede constatarse científicamente que desde mediados del siglo XX ha aumentado la variabilidad climática. El clima se ha ido volviendo cada vez más extremo. Aunque los récords que más se baten últimamente son los de calor, de vez en cuando nos encontramos con valores negativos de temperatura nunca antes alcanzados en determinadas épocas del año.
Sin caer en el alarmismo, lo cierto es que hemos entrado en un nuevo ciclo climático, nunca antes conocido, al que debemos de adaptarnos lo mejor posible para evitar una catástrofe humana de enormes dimensiones. Este es un gran reto al que se enfrenta la humanidad en el presente siglo.