El gabinete recién formado por el presidente Rajoy, tan trabajosamente investido, con algunas correcciones políticas -como las salidas de García Margallo y Fernández Díaz– no presenta cambios significativos, sobre todo teniendo en cuenta la complejidad de la nueva situación nacional. El equipo económico, en lo fundamental, es el mismo.
La amenaza creciente del separatismo catalán, la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, el visto bueno de Bruselas a nuestras cuentas y el requerimiento de nuevas reformas, la precariedad en todos los sentidos de PSOE que dificulta la adopción de consensos que convendrían a la hora presente de España o la esperada ofensiva callejera de Podemos, son solo algunos de los problemas que el nuevo Gobierno -y, por extensión, todos los españoles-, tiene por delante y, sin embargo, no se ve por parte alguna, más allá de declaraciones hueras, una elección de hombres y mujeres de primera fila para acometer la difícil tarea.
Para empezar, Rajoy debería haberse marchado hace tiempo, como se lo ha pedido, entre otros muchos, Ciudadanos –Rivera acaba de confesar que podría haber participado en el Gobierno si no fuera por el empecinamiento de Rajoy en continuar-. De ahí que se dude mucho que quien no hizo en su momento las pertinentes reformas o no actuó con contundencia frente a la corrupción-ahí está Rita Barberá atrincherada en el Senado- vaya a cambiar de la noche la mañana. Es cierto que la falta de una mayoría absoluta le va a obligar a Rajoy y a sus ministros a calentar los asientos en muchas horas de negociaciones, pero conociendo al personaje como ya se le conoce en la escena política muchos nos tememos que gane tiempo, vierta agüe al café y siga la llamada táctica del percebe, es decir, no hacer nada y esperar que los demás muevan ficha, amenazando con unas nuevas elecciones que solo pueden beneficiarle a él pero no lo suficiente como para gozar de una mayoría absoluta.
Ahora más que nunca es necesario afrontar lo que estuvo esperando: una mayor liberalización de la economía, la nunca emprendida reforma de las Administraciones Públicas, persecución implacable de cualquier atisbo de corrupción, la reforma del sistema de pensiones, un amplio acuerdo nacional sobre educación, el cumplimiento de la ley en Cataluña por encima de la tentación buenista de llevarse bien hasta que ya sea irreversible la situación y un largo etcétera. Si el nuevo Gobierno resultase más de lo mismo, perderíamos quizá una última oportunidad antes de un nuevo escenario lleno de malos presagios. Los gobiernos del PP han sido buenos gestionando la crisis y sacando al país de ella, ahora se presenta una nueva oportunidad de responder a muchos más retos.