Antonio Porras Cabrera
Psicólogo. Profesor Jubilado de la UMA.
Debemos exigir un sistema educativo que forje sujetos con valores democráticos de participación, implicación y respeto, que no se dejen amilanar por amenazas veladas, miedos y temores a cambios cuando éstos son necesarios si se quiere evolucionar hacia una mejor gobernanza. El modelo sería un sujeto versado y entendido en la política capaz de asumir la responsabilidad de su soberanía y la repercusión de sus decisiones en el gobierno del país, cargado de sensatez, sentido común, claros criterios y visión de Estado para asumir el peso y trascendencia de su voto desde la ideología razonada a la que le hayan llevado sus convicciones. El hombre del futuro no puede ser el mediocre al que alude José Ingenieros, sino el idealista que haga progresar el mundo hacia la utopía inalcanzable: “Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia la excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebeldía a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal” (sic.).
En este momento, tras las elecciones y el escenario político que nos queda, toca conjugar esos idealismos con lo práctico. Nadie puede imponer nada y todos deben ceder algo para que sea viable la situación desde el juego mágico de la democracia. Ahora es ineludible que cada partido sepa compaginar sus intereses con los de los otros, para llegar a un pacto de gobierno que favorezca la gobernabilidad y, por ende, a la ciudadanía. El cocido que se ofrezca al pueblo ha de ser bien condimentado para que se pueda nutrir sin indigestiones, de lo contrario habrá que rechazar estos ingredientes y volver al mercado a adquirir otros, si fuera posible.
El pueblo español ha elegido el pluripartidismo como eje de fuerzas gobernantes. Nos hemos quejado sistemáticamente del bipartidismo, cuestión que ya se ensayó a finales del XIX con Cánovas y Sagasta, rechazando las mayorías absolutas como forma de imponer obcecadamente unos planteamientos o programas a los otros, sin la sensibilidad hacia las minorías y la ausencia de debates, que llevaron a la práctica la anulación del poder legislativo en su papel argumental, siendo los diputados meras comparsas ante la voz de su amo, por lo que, en el fondo, el ejecutivo era el padre del poder legislativo.
Lamentablemente, puede que nuestros políticos no estén a la altura y no sean capaces de comprender que los ciudadanos quieren el debate político como forma de llegar a acuerdos de gobernabilidad y la vigilancia, desde las minorías, de las desviaciones que se pudieran producir para evitar corrupciones y mala praxis. Se pretende, bajo mi punto de vista, que el tener una mayoría relativa te obliga a introducir en tu programa los planteamientos de aquellos a los que les pides que te apoyen; que el consenso y las sinergias son claves para la buena evolución de las cosas; que, en suma, la política es el arte de compaginar, de establecer la argamasa que consolide la convivencia ciudadana desde el acuerdo de intereses diversos orientados a la consecución del bien común.
La política, pues, deberá buscar los caminos y las alianzas de gobierno adecuadas para conseguir el objetivo de la gobernanza justa en función de los resultados electorales. El político deberá ejercer su oficio para elevar esa política a los niveles de arte en el entendimiento. Una situación de complejidad política como ésta requiere de grandes políticos… pero ¿tenemos en este país ese nivel, esa calidad de políticos capaces de gestionar el momento? Los ciudadanos hemos dicho lo que queremos, ¿sabrán interpretarlo y ejecutarlo?
La suerte está echada. Ahora falta ver si desaparecen por el foro los políticos corruptos, manipuladores, interesados, partidistas e indecentes, para dar paso a otra generación que entienda la política como un servicio a la sociedad y no como un campo de cultivo en beneficio propio.