Retablos de nuestra Historia. Carlos Ramírez Sánchez-Maroto. Doctor en Derecho Ambiental. Revisor Experto de la ONU (2020/2022) - El Sol Digital
Retablos de nuestra Historia. Carlos Ramírez Sánchez-Maroto. Doctor en Derecho Ambiental. Revisor Experto de la ONU (2020/2022)

Retablos de nuestra Historia. Carlos Ramírez Sánchez-Maroto. Doctor en Derecho Ambiental. Revisor Experto de la ONU (2020/2022)

Cuando en el siglo V los gobernantes germánicos se encontraron con el poder de las tierras que habían pertenecido a Roma, contaron con la colaboración de la Iglesia católica, la única institución que permanecía en todos los territorios ahora desmembrados; la gestión de los servicios públicos fue asimilada por los obispos.

El Imperio murió de ineficacia y se dejó invadir porque ya no quedaba en su sistema político nada que permitiese hacerse cargo de él como unidad. Su caída y las causas del proceso fueron múltiples.

La economía había tocado fondo. Roma, pese a sus asombrosos logros civiles y administrativos, sin un concepto de estabilidad presupuestaria, se había confiado en el aluvión de riquezas procedentes de la explotación y expolio de recursos en las tierras conquistadas. La falta de liquidez había llevado al Imperio a recurrir a la devaluación de su moneda, con la consiguiente inflación, la pérdida de confianza de prestamistas e inversores y el aumento de los impuestos al ciudadano.

Quedaban lejanos los tiempos en que la Península Ibérica fue objeto de investigación y aprovechamiento de los yacimientos minerales y demás recursos geológicos. Las tablas romanas de Vispasca, en Lusitania, y las tablas de Alburnus Maior, son los documentos más relevantes encontrados e investigados, que reflejan el sistema de administración.

Estrabón proporcionaba una descripción de las practicas romanas, y afirmaba que: “los romanos construyeron altas chimeneas para mitigar los efectos de los humos de fundición en la Península Ibérica”.

Varios siglos más tarde, el expolio de conquistas se apoderó nuevamente de Europa. Primero fueron Bélgica y Holanda (1794), después Italia (1796), luego Egipto (1798) y más tarde Austria y Prusia (1806). Cuando las tropas napoleónicas entraron en España en 1808, llevaban más de una década saqueando el patrimonio artístico de territorios europeos.

La excusa para perpetrar estos expolios fue la creación en París del Muséum central des Arts (luego rebautizado como  Louvre), una gran pinacoteca destinada a albergar los tesoros artísticos. Inspirada por los ideales de la Ilustración, se pretendía erigir un gran templo de las artes accesible a todos los franceses, una síntesis del arte mundial que sirviera como instrumento de instrucción pública y como expresión del poder y nivel cultural de la nueva nación.

La llegada al trono español en 1808 del hermano mayor de Napoleón, ocasionó la supresión de las órdenes religiosas masculinas y se incorporaron sus bienes –obras de arte, joyas, terrenos, edificios– al Estado.

El saqueo institucional del patrimonio artístico español no tuvo límites. El propio rey contribuyó en gran medida al expolio. Por medio de varios decretos, José I utilizó los bienes incautados a las órdenes religiosas para ofrecerlos a sus militares más renombrados. A través de un Real Decreto de 1809, ordenó que se formara una colección de obras de “pintores célebres de la escuela española, que ofreceremos a nuestro augusto hermano el Emperador de los franceses, manifestándole nuestros deseos de verla colocada en una de las salas del Museo Napoleón”.

Marchantes y coleccionistas de toda Europa, encontraron de forma legal en las diferentes subastas públicas que se organizaron en julio de 1811 en la basílica madrileña de San Francisco el Grande, pero también en subastas encubiertas. El anticuario William Buchanan, logró de forma fraudulenta La Venus del espejo, de Velázquez.

La destrucción por motivo de los asedios o de las represalias afectó notablemente al patrimonio arquitectónico y figurativo, pero también al documental. Muchos edificios (iglesias, monasterios, palacios) fueron demolidos por formar parte del sistema defensivo de varias decenas de ciudades y otros fueron saqueados e incendiados. Algunos nunca fueron recuperados y otros por su valor artístico fueron reconstruidos entre los siglos XIX y XX.

Se dio el caso que los soldados franceses en los alrededores de Zaragoza, hicieron improvisadas tiendas de campaña para protegerse de la lluvia y el frío con los lienzos de las iglesias y conventos que habían saqueado. Aprovechando la situación de caos y abandono en la que se encontraban las zonas en conflicto, los soldados practicaban sin límite el pillaje. Una práctica que representó Goya en toda su crudeza en su célebre grabado Así sucedió, perteneciente al ciclo “Los desastres de la guerra”.

El número de cuadros requisados en Madrid sobrepasó el millar y medio y fueron acumulados en malas condiciones en los conventos del Rosario y de San Francisco. Solo algunos de estos cuadros y objetos serían devueltos a partir de 1816 cumpliendo con lo acordado en el Congreso de Viena.

La mayoría de los mariscales se hicieron con miles de obras de arte que luego enviaron a Francia. Charles Eblé, saqueó Valladolid, si bien destacó por su codicia el mariscal Soult. Desde su posición como general jefe del ejército de Andalucía, consiguió robar una fabulosa colección en la que destacaban los cuadros de Murillo y Zurbarán que exhibió en su domicilio parisino.

Fueron 999 obras robadas en Sevilla. Las tropas napoleónicas robaron templo a templo, convento a convento, las obras de los más grandes pintores: 82 zurbaranes, 74 de Valdés Leal, 43 murillos… y doscientos años después, aún mantiene repartido por el mundo gran parte del patrimonio sevillano.

Urquijo, un afrancesado, secretario de Estado del nuevo monarca José Bonaparte, publicó el 20 de diciembre de 1809 en La Gaceta de Madrid un decreto que les fue entregado a los gobiernos locales para comenzar la incautación obligatoria de las obras.

En Sevilla, Urquijo mandó reunirlas en los salones del Real Alcázar para ello, en La Gaceta de Sevilla del 13 de febrero de 1810 apareció el siguiente oficio de José Bonaparte: «Queriendo reunir en un mismo sitio todos los monumentos de las bellas artes existentes en esta ciudad, hemos decretado y decretamos lo siguiente: de las salas de nuestro Real Alcázar se tomarán quantas sean necesarias para que se coloquen los monumentos de arquitectura, las medallas y las pinturas, y su escuela, que ha de ser conocida por la Sevillana».

Hubo conventos, hermandades y algunas parroquias que se llevaron algunas de sus obras de arte lejos, una acción precursora del exilio de algunas imágenes durante la Guerra Civil más de un siglo después. Restaurada la monarquía en Francia, el Rey español Fernando VII instó en 1814 a devolver las obras de arte expoliadas, pero la mayoría quedaron en las colecciones particulares o en el Louvre.

El general Sebastiani de la Porta, al mando del 4º Cuerpo de Ejército francés, entra en Granada el 28 de enero y pocos días después, el 2 de febrero, en Antequera. La Junta de Málaga parece dispuesta a seguir el ejemplo de otras ciudades de Andalucía para rendir la ciudad sin ofrecer resistencia. Sin embargo, una revuelta dirigida por el coronel Abello, da como resultado su nombramiento al frente de la reistencia.

El enfrentamiento se produce en Teatinos tras el fracaso de la artillería española en el fuerte de la Boca del Asno. Durante dos horas la Guardia de Honor de Málaga resiste. El 5 de febrero de 1810 un contingente de tropas francesas y polacas conquistó Málaga. Con el camino libre, la infantería y la caballería galas entran por la actual calle Mármoles. Una columna de jinetes avanza por la Cruz de Humilladero y un tercer contingente penetra en la ciudad por la playa. La ciudad es saqueada y tomada con violencia.

Tras la derrota el general Sebastiani impuso una multa de 12 millones de reales a la ciudad por ofrecer resistencia. La ocupación francesa duró dos años, hasta la evacuación napoleónica el 27 de agosto de 1812. Desde hace varios años la Asociación Histórico – Cultural «Teodoro Reding» realiza un recorrido conmemorativo en los puntos más importantes de la resistencia: Teatinos, la ermita de Zamarrilla y los barrios de La Trinidad y El Perchel.

Y transcurridos más de cien años, el golpe del 17 de julio de 1936 no inició un tiempo nuevo, sino que la lógica binaria amigo-enemigo se había instalado de antemano. El odio y la violencia acumuladas se precipitaron entonces, encontrando una legitimidad para el asesinato, la tortura, la delación o el robo.

Fue la introducción de la violencia política como dimensión de la democracia. Los dirigentes políticos polarizaron a conciencia, sabiendo que el discurso del odio legitimaba la violencia sobre el enemigo. Esta banalización del mal, dinamitó la democracia desde dentroY también hubo expolio.

En el libro colectivo Patrimonio cultural, guerra civil y posguerra (Fragua), la investigadora Teresa Díaz Fraile explica que las autoridades republicanas reunieron durante la guerra unas 38.000 piezas artísticas de colecciones públicas y privadas.  Tras la guerra, el Servicio de Recuperación Artística restituyó la mayor parte a sus dueños. Sin embargo, la suerte de otras quedó marcada por el hecho de que sus dueños eran republicanos exiliados.

Mientras se avecinaba la guerra civil, el doctor Marañón decía que para entender lo que estaba ocurriendo en España había que retroceder a Lope de Vega y leer Fuenteovejuna.

Una excepción española en la guerra civil se produjo porque las mujeres se rebelaron, pero no tanto por motivos ideológicos sino contra la pobreza, contra una falta de esperanza de vida, y contra una sistemática descristianización, brutal y lacerante.

 

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