Rusia, Ucrania y el Occidente. Carlos Pérez Ariza - El Sol Digital

Rusia, Ucrania y el Occidente. Carlos Pérez Ariza

Para bien o, casi siempre, para mal la historia se repite. La agresión militar a Ucrania hace pasear la memoria histórica por la Hungría de finales de 1956. Cómo, en aquellos días, el taimado Nikita Kruschev, que había tenido la audacia de señalar los crímenes y condenar los errores en política exterior de la sangrienta época estalinista, se adelantó a la realpolitik y señaló que, para alcanzar el Paraíso socialista en el mundo, había que explorar diversos caminos. Sin embargo, a aquel sustituto de Stalin, nuevo jefe de la URSS, no le tembló el pulso para aplastar a la levantisca Hungría enviando a 200.000 soldados y 5.500 tanques. Cayeron 20.000 húngaros y 3.000 soviéticos. El paralelismo con la actuación bélica de Vladimir Putin contra Ucrania, guardando la distancia histórica, parece tener similitudes. La principal es que desde el Kremlin la visión sobre ‘sus’ espacios geopolíticos, antes y ahora, coinciden. Ayer fue Hungría, hoy Ucrania.

Uno, periodista incómodo en una rueda de prensa o en un despacho oficial con papel y lápiz en la mano, se pregunta –que es nuestro deber– ¿los jerarcas europeos de la Unión y sus jefes estadounidenses no leen la historia de Rusia? Sus altos servicios de inteligencia interconectados –sin olvidar jamás al eficiente Mossad– ¿no previeron que acorralar al Oso ruso podría, y pudo, provocar la invasión a su vecino? La OTAN esa entelequia burocrática-militar, ¿con que objetivo bélico avanzó hacia el Este (ruso)? Desde la óptica de Putin eso era una amenaza a sus debilitadas fronteras post caída de la URSS.  Él mismo lo viene  declarando desde hace tiempo (releer en este enlace)

El coronel Putin de la KGB no es un demócrata al uso. Ha mezclado bien un nuevo liderazgo de autoritarismo vestido de elecciones con un renovado cariño al  cristianismo ortodoxo ruso –esa Santa Rusia inamovible en las mentes soviéticas–, sin dejar fuera la persistente memoria de los logros imaginarios o no de la URSS, que lo educó a él en la Guerra Patriótica, que finalmente ganaron a los alemanes nazis; echándose al hombro a unos 20 millones de rusos muertos, más de la mitad civiles, y dejando la puerta abierta a una Europa sovietizada y dando hálito a la llamada Guerra Fría, que se calentó en Corea, Vietnam y tantos otros focos guerrilleros de África y de la América Hispana.

Y Ucrania en el corazón. Con esa Crimea tan rusa,  con esas repúblicas fronterizas tan eslavas como ellos. Esa Ucrania repleta de recursos energéticos, agrícolas, minerales raros y su segura salida al mar Mediterráneo por el Sureste. Su frontera más cercana en manos de la OTAN y con esos recursos de gas y petróleo al servicio comercial directamente con Europa.  Putin echó el resto. Además con un presidente ucraniano y judío, siempre al servicio del entretenimiento televisivo en los canales oficiales rusos, hablando y haciéndoles reír en su propio idioma, que sus ciudadanos lo hicieron presidente tras protagonizar una comedia (de sonado éxito en Rusia y Ucrania)  donde el actor Volodímir Zelenski interpretaba a un personaje de la farándula,  que se convertía en presidente de Ucrania. En ese caso, la ficción superó a toda la realidad. Y hay más preguntas: ¿Porqué Zelenski, tan próximo al Apparátchik soviético primero y al Kremlin de Putin y demás jerarcas intermedios después, no intentó o no quiso plantear un acuerdo de coexistencia pacífica? Al parecer tomó el camino del acercamiento a la Europa de la OTAN. Sabiendo que para Putin esa era una línea infranqueable, que el cómico-presidente no ha debido traspasar. Ha jugado con fuego y ahora, el implacable fuego real ruso quema a sus propios ciudadanos ucranianos que lo eligieron. En esta guerra, como en otras, el agresor y el agredido tienen sus bemoles muy sostenidos.

Y este Occidente nuestro débil, pasmado, distraído en sus asuntos cotidianos; en sus luchas intestinas electorales; en retirarse de Afganistán sin destruir el arsenal militar –regalo gentil para los talibanes–; sin orden ni concierto, enredados en su maraña burocrática de la gris Bruselas, se les vino encima Ucrania. Putin los ha cogido con el pie torcido. Siguiendo las órdenes de general en jefe de la OTAN, Mr. Biden, todas las reacciones han ido encaminadas a cercar la economía rusa. Medidas que Putin espera sortear con el apoyo de China, su ahora socio circunstancial.  Y algún envío de armas menores, cuyas balas rebotan contra los tanques y blindados rusos, pero que Putin puede tomar como una agresión de la OTAN y derramar más fuego aún.

Una de las consecuencias de esta nueva guerra de los recursos energéticos es que el gas y las gasolinas escalan a precios de crisis. Y no solo en Europa, también en los EEUU. El fantasma de la inflación, que es caballo galopante sin brida ni freno, eleva el costo de vida; mientras allá, en la lejana frontera eslava ucraniana, que es puente entre dos mundos, las bombas caen sobre sus ciudades. ‘No comprar gas ni petróleo ruso’, ordenan los jefes occidentales. Y se nos ocurre otra pregunta: ¿De dónde lo sacará Europa? Una opción, es de Ucrania…si le gana la guerra a Putin. Al final esta es una guerra entre cristianos –más o menos practicantes–, como tantas hubo en Europa. El Islam radical estará contento.

Pero Mr. Biden ha recurrido a un antiguo socio seguro, que le ha vendido el crudo venezolano desde los años veinte del pasado siglo. Descarriados, los gobiernos bolivarianos dejaron de suministrar el oro negro al Imperio del capitalismo, su cliente histórico.  Ahora, ante la afrenta de Putin, la administración estadounidense vuelve a negociar el vital suministro –un 6% que es lo que importaba de Rusia–. El gobierno de Maduro no tiene capacidad, ni siquiera de garantizar esa mínima cantidad. Mr. Biden, con Chevron, y otras ‘hermanas’ petroleras, pondrán a funcionar esos pozos inertes, que los chavistas han abandonado por el más lucrativo negocio del narcotráfico. Hay que citar a los expertos del asunto de estos recursos no renovables, cuando dicen que esos pozos bolivarianos no estarán operativos hasta finales de este año. Mientras tanto, echar gasolina y que el gas caliente los hogares europeos y estadounidenses, será poner dígitos a la inflación desbocada. Ya Borrel, ha recomendado que se ahorre gas y se use lo indispensable los vehículos privados. Parece un chiste de las RRSS, sin ‘like’ alguno.

Pero, como la misma historia enseña, si se lee e investiga, los pactos a contrapelo, contra natura, son excepciones, pero suceden. Recordad el que firmaron (agosto de 1939) Ribbentrop-Molotov en representación oficial de Hitler y Stalin. Este de Biden-Maduro no llega a ese nivel, pero tiene el morbo de acercar a dos enemigos, que ahora se necesitan. Sorprende, no obstante, que Biden, un demócrata integral pacte el petróleo con un socio de Putin, enemigo de Occidente desde hace poco más de quince días. La necesaria energía para mover la economía del coloso del Norte no resiste ideología. Si hay que pactar con el eje del mal de Iberoamérica se firma lo que sea menester. Esos papeles oficiales resisten cualquier rúbrica. Los republicanos  estadounidenses están más que cabreados, sobre todos los parlamentarios de origen hispano, con este giro innecesario —afirman que EEUU tiene suficientes reservas de crudo–. Confían en darles una lección electoral en los comicios de este año a las Cámaras del Senado y Diputados.

El mundo posmoderno, ahora se denomina ‘woke’, tiene un sentido raro de la geopolítica. Borra las frontera en una ilusión de unidad europeísta. Los neocomunistas parecen devotos ortodoxos y van a sus misas con cánticos; mientras el sector demócrata estadounidense se disfraza de globalistas irredentos, de progresía callejera; ambos bandos van por el mundo enseñando el nuevo culto. Distinguirlos se hace cuesta arriba. Con esta guerra Rusia-Ucrania hay que cuidarse, gane quien gane, todos perderemos.

La postverdad está mandando. Si se le ocurre señalar los errores de la UE y su jefe supremo sentado en el despacho oval de la Casa Blanca, usted se ubica como putinesco. Si ataca al agresor Putin se acomoda con ese Occidente que tiene tarea y cosas por explicar. En estos días he recordado una frase de Leonard Cohen: ‘A veces uno sabe de qué lado estar, simplemente viendo quiénes están del otro lado’. En fin, esto no es nada comparado con los dos años de virus pandémico chino, aún van ganando por la mortandad de millones de fallecidos e infectados. Solo se pide a los cielos ortodoxos y a los del Vaticano que esto pare y hagamos más el amor y menos la guerra, como cantaba el Beatle John Lennon y su generación.

 

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