Gonzalo Guijarro
En 2003, hace tan sólo doce años, España estaba a la cabeza de la Unión Europea en tasa total de asesinatos. Con 3,3 asesinatos por cada 100.000 habitantes, nuestro país casi duplicaba la media europea. En 2014, tras una continuada disminución, España era el tercer país de la UE con menor tasa de homicidios intencionados, 0,63 por cada 100.000 habitantes, y a muy poca distancia de los dos primeros. Además, en base a los datos provisionales disponibles, la disminución continuará en 2015. En realidad, España es actualmente uno de los países más seguros del mundo a ese respecto. Sin embargo, no he encontrado estudio alguno que investigue las causas de esa buena noticia, que en principio resulta un tanto sorprendente, ya que la disminución de los asesinatos no ha experimentado freno alguno con la crisis económica, lo que contradice muchos de los tópicos más usuales. Tal vez esas causas haya que buscarlas entre las de la pacificación general de la humanidad que señala Steven Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro, obra que aprovecho para recomendarles.
En cualquier caso, dentro de esa continuada disminución de los asesinatos hay ciertas proporciones significativas: aproximadamente un 80 por ciento de los asesinatos son perpetrados por hombres contra otros hombres, un 14 o 15 por ciento por hombres contra mujeres y un 5 o 6 por ciento por mujeres contra hombres u otras mujeres. Es necesario señalar que no resulta fácil encontrar datos fiables al respecto, dado que tanto el INE como el poder judicial los ocultan, especialmente los referentes a asesinatos de hombres por mujeres en el ámbito doméstico, lo que no deja de resultar sospechoso.
Es también necesario señalar que el inicio de esta ocultación de datos relevantes coincide con el repunte de los asesinatos domésticos de mujeres que tuvo lugar al poco de entrar en vigor la Ley Integral de Violencia de Género, lo que no deja de ser significativo, ya que ese aumento ponía en entredicho la eficacia de la citada ley. Y no menos significativo es que los países nórdicos, cuyas legislaciones al respecto hace ya tiempo que van en el mismo sentido que la actual española, tengan unas tasas de asesinatos machistas que duplican las de nuestro país.
Pero el hecho innegable es que los únicos asesinatos que encuentran en los medios un eco especialmente destacado y merecen la creación de juzgados especiales, observatorios y demás instituciones financiadas con dinero público son los llamados asesinatos machistas, es decir los de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas. Y esto es así a pesar de que numerosos estudios internacionales señalan que la violencia doméstica es bidireccional y bastante simétrica, pero en España sólo se aceptan los estudios, evidentemente sesgados, que dan de principio por supuesto que la violencia doméstica es exclusivamente masculina y se olvidan de investigar la femenina.
Así las cosas, pese a que más del 80 por ciento de las víctimas son de sexo masculino, frente a un 15 por ciento de víctimas femeninas, en los medios de comunicación se hace un desmesurado hincapié en resaltar exclusivamente las víctimas femeninas asesinadas por varones, al tiempo que se resta importancia (cuando no se oculta) al nada despreciable número de hombres asesinados por sus mujeres.
La pregunta es: ¿de qué depende la importancia de este problema social?, ¿de su especial virulencia en nuestro país? España es, ya se ha dicho, uno de los países menos violentos a ese respecto. ¿Del número de víctimas? Si así fuera, el problema de los varones asesinados es cinco veces mayor que el de las mujeres asesinadas, pero de él nada se dice. ¿Del especial horror de los asesinatos en el ámbito doméstico, que debería ser un oasis de amor y concordia? En ese caso, el nada despreciable número de varones asesinados por sus mujeres (un tercio de los inversos) debería recibir el mismo tratamiento institucional, estadístico e informativo que el de la llamada violencia machista.
Sin embargo, esto no es así en absoluto; el poder político ha asumido plenamente las tesis de las llamadas feministas de género, que sostienen que la mujer es siempre víctima de una violencia organizada para mantener un supuesto orden social patriarcal. La palabra clave aquí es organizada. Las feministas de género están empeñadas en asimilar al terrorismo cualquier acto violento de un hombre contra su pareja (aunque sólo si esta es femenina), dando por supuesta la existencia de una organización machista. Últimamente, incluso exigen un pacto de Estado contra el terrorismo machista. La falacia es evidente; no existe el más mínimo dato que haga sospechar la existencia de tal organización. Los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas masculinas son crímenes de responsabilidad estrictamente individual, al igual que los de varones asesinados por mujeres en el ámbito doméstico. La verdad es la contraria, donde sí hay una organización es detrás de la monumental campaña mediática e institucional con que se pretende hacernos creer que el machismo es un problema social de extraordinaria importancia. Una organización con el suficiente poder como para que el Estado se pliegue a sus absurdas tesis y legisle no a favor de la igualdad sino en contra de los varones, cree numerosas instituciones a la medida de los caprichos hembristas y desembolse ingentes cantidades de dinero público en forma de subvenciones de más que dudosa utilidad social.