Aproximadamente el 95% de los alimentos que consumimos vienen del suelo, y cada año se pierden a nivel mundial hasta 50.000 kilómetros cuadrados de suelo. En Europa, debido a la expansión de las vías de comunicación y de las ciudades, cada hora se sellan once hectáreas de suelo. Sin embargo, hace falta un siglo para generar tan solo dos centímetros de suelo.
El suelo es un recurso finito. El suelo sano está lleno de vida: hay más organismos en una cucharada de suelo no contaminado que población en la Tierra. El suelo alberga un cuarto de la biodiversidad del planeta. La diversidad biológica o biodiversidad se define como “la variabilidad de organismos vivos de cualquier fuente, incluidos los ecosistemas terrestres, acuáticos o marinos”.
El suelo es uno de los ecosistemas más complejos de la naturaleza y uno de los hábitats más diversos de la tierra: no hay ningún lugar de la naturaleza con una mayor concentración de especies que los suelos; sin embargo, esta biodiversidad apenas se conoce al estar bajo tierra.
Se pueden encontrar más de 1.000 especies de invertebrados en un solo metro cuadrado de suelo forestal. Un solo gramo de suelo puede albergar millones de seres vivos y varios miles de especies de bacterias. Un típico suelo sano puede albergar varias especies de animales vertebrados, diversas especies de lombrices de tierra, entre 20 y 30 especies de ácaros, unas 50-100 especies de insectos, decenas de especies de nematodos, centenares de especies de hongos y quizás miles de especies de bacterias y actinomicetos.
A menudo se piensa que el denominado cambio climático es algo que ocurre sólo en la atmósfera. Pero el carbono atmosférico también afecta al suelo, porque el carbono que no se utiliza para el crecimiento de las plantas en superficie se distribuye a través de las raíces y se deposita en la tierra. Por tanto, un suelo sano puede contribuir a mitigar el cambio climático.
En lo que respecta al depósito de carbono, no todos los suelos son iguales. Los suelos más ricos en carbono son las turberas, que se encuentran sobre todo en el norte de Europa. El suelo de los pastizales almacena mucho carbono por hectárea, mientras que el suelo de las zonas más calurosas y secas del sur de Europa contiene menos carbono.
En algunas partes de Europa, el aumento de las temperaturas conlleva un mayor crecimiento de vegetación y un mayor almacenamiento de carbono en el suelo. Sin embargo, las altas temperaturas también podrían incrementar la descomposición y mineralización de la materia orgánica del suelo, reduciendo el contenido de carbono orgánico.
Ya existen indicios científicos de que el contenido de humedad del suelo se está viendo afectado por el aumento de las temperaturas y los cambios en las pautas de precipitación. Se estima que la liberación de gases de efecto invernadero del suelo será especialmente importante en el extremo norte de Europa y Rusia, donde la fusión del permafrost puede liberar grandes cantidades de metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono.
Con el aumento de la temperatura, recordemos que 2015 y 2016 fueron los más cálidos de la historia, estos suelos que han permanecido cientos o miles de años en congelación, se están comenzando a descongelar. Esta cifra supone un cambio muy brusco para algo que debería estar en congelación permanente.
Después de cientos o miles de años este suelo comienza a descongelarse y también a perder su estructura. Pero existe un riesgo evidente de que el calentamiento de la atmósfera haga que el suelo libere más gases de efecto invernadero, provocando un círculo vicioso que acelere el cambio climático.
El cambio climático no es el único factor que puede hacer que el suelo pase de ser un sumidero de carbono a una fuente de emisiones. La forma en que utilizamos el suelo también influye en la cantidad de carbono que puede retener el suelo.
Actualmente, la reserva de carbono de los bosques europeos va en aumento, debido a los cambios en la gestión de los bosques y a los cambios del medio ambiente. La mitad de ese carbono está almacenado en suelos forestales. Cuando los bosques se degradan o se talan, el carbono que almacenan se libera y se emite a la atmósfera. En este caso, los bosques pueden convertirse en contribuidores netos de carbono atmosférico.
En virtud de la legislación adoptada en mayo de 2018, durante el periodo de 2021 a 2030 los estados miembros de la UE deben garantizar que las emisiones de gases de efecto invernadero resultantes del uso de la tierra, el cambio de uso de la tierra y la silvicultura queden compensadas, como mínimo, por absorciones equivalentes de CO2 de la atmósfera.
El 14 de mayo de 2018, el Consejo adoptó el Reglamento sobre la inclusión de las emisiones y absorciones de gases de efecto invernadero resultantes del uso de la tierra, el cambio de uso de la tierra y la silvicultura (UTCUTS) en el marco de actuación en materia de clima y energía hasta 2030.
El Reglamento establece un compromiso vinculante por el que cada Estado miembro debe asegurarse de que el cómputo de las emisiones generadas por el uso de la tierra se compense en su totalidad por una absorción equivalente de CO2 de la atmósfera mediante la adopción de medidas en este sector. Esto es lo que se conoce como la «norma de deuda cero«.
Además, el ámbito de aplicación se amplía para abarcar no solo los bosques, como ocurre en la actualidad, sino todos los usos de la tierra (incluidos los humedales a partir de 2026). Las nuevas normas ponen a disposición de los Estados miembros un marco de incentivos para hacer un uso de la tierra más respetuoso con el clima. De este modo, se ayudará a los agricultores en el desarrollo de prácticas agrícolas adaptadas al cambio climático y se dará respaldo a los silvicultores.
Las emisiones de la utilización de biomasa con fines energéticos se registrarán y contabilizarán en los compromisos climáticos de cada Estado miembro para 2030 mediante la aplicación correcta de la contabilidad en el sector UTCUTS.
A fin de mantener el carbono y los nutrientes en la tierra, los investigadores recomiendan reducir la roturación, utilizar los denominados «cultivo de cubierta» y dejar los residuos de las cosechas en la superficie de la tierra. Esta protección es esencial, dado que unos pocos centímetros de suelo tardan en formarse miles de años.
La agricultura orgánica tiene la ventaja añadida de reducir los gases de efecto invernadero porque no utiliza fertilizantes químicos. Algunas formas de producción de biocombustibles pueden reducir de hecho el carbono almacenado en el suelo.
La regulación y prevención de las inundaciones es tan solo uno de los «servicios» vitales que presta un suelo sano. Un suelo permeable también puede servir como protección contra las olas de calor, almacenando grandes cantidades de agua y manteniendo las temperaturas bajas. Esto último resulta especialmente importante en las ciudades, donde las superficies duras pueden crear el «efecto isla de calor».
Las últimas evidencias son claras: restaurar ecosistemas puede ayudar a secuestrar el carbono de la atmósfera. La forma más rápida de incrementar el carbono orgánico en las tierras agrarias es convertir las tierras de cultivo en pastizales, según un estudio del Centro Común de Investigación (JRC) de la Comisión Europea.
Por desgracia, algunas tendencias recientes parecen ir en la dirección contraria. Más concretamente, la «ocupación del suelo» en Europa produjo una pérdida del 0,81 % de la capacidad productiva de las tierras cultivables debido a la transformación de campos en zonas urbanas, carreteras y otras infraestructuras entre 1990 y 2006. Estos proyectos de urbanización suelen sellar el suelo con una capa impermeable.
Los suelos ya sufren importantes pérdidas de capital natural que, según las últimas estimaciones la degradación de los suelos en Europa, suman casi 40.000 millones de euros todos los años. En este cálculo económico de la degradación de los suelos no computa la importante pérdida de biodiversidad que supone.
La UE ha propuesto la iniciativa cultivar los suelos para cultivar futuro como una ampliación de la iniciativa 4 por mil de materia orgánica en los suelos, donde dicha ampliación introduce los conceptos ecológicos de los suelos, y no solo, la visión de los mismos, como mero almacén de CO2. Esta aproximación a los suelos como sumidero permitiría crear importantes beneficios económicos, ambientales y sociales al país. Existe un importante caso de éxito que es el liderazgo francés en la incitativa 4 por mil.
Gracias a la política agrícola común (PAC), existen requisitos para reducir el uso de productos fitosanitarios mediante el apoyo a la agricultura. Además, la condicionalidad ha contribuido a limitar el uso de fertilizantes en las zonas vulnerables a los nitratos. Además, ha permitido cambios a largo plazo en las prácticas de los agricultores al promover la implementación de prácticas beneficiosas para el suelo, como cultivos intermedios, cultivos de cobertura y cultivos fijadores de nitrógeno.
En cuanto a la erosión del suelo, las medidas de la PAC han contribuido de forma limitada lo que sugiere que es necesario fortalecer los esfuerzos para reducir la erosión del suelo, en particular en áreas donde el riesgo de erosión del suelo es alto, es el caso de España, y de Andalucía en particular.