Una tragedia con apellido Biden - El Sol Digital
Una tragedia con apellido Biden

Una tragedia con apellido Biden

La caída de Kabul y de todo Afganistán -con la honrosa excepción del valle del Panjshir que comanda Ahmad Masud, hijo del mítico líder de la Alianza del Norte- deja en muy mal lugar al todavía presidente norteamericano Biden -que ya debería haber dimitido- y a las democracias occidentales que no han querido -no que no hayan podido- acabar con las hordas talibanas. Por supuesto, de la ONU y de la UE no se esperaba nada, nada bueno, como siempre. Al representante exterior comunitario, José Borrell, muy ocupado últimamente en “blanquear” al dictador Maduro no se le ha ocurrido otra cosa que declarar que como los talibanes han ganado la guerra habrá que hablar con ellos. Un argumento de derecho internacional público que merece un suspenso.

¿Y qué decir del presidente Sánchez? Disfrutó en La Mareta (Lanzarote) de sus trabajos con los golpistas catalanes y los herederos de ETA y, pasados los días, despertó para protegerse con los dirigentes de la UE de las merecidas críticas por su inacción ante una crisis internacional de esta envergadura. No falló pues en su habitual cita con el descrédito popular e internacional.

Más allá de las consecuencias geopolíticas que trae esta victoria terrorista, de sumo agrado de China, Rusia y Pakistán, que expanden su influencia, ya se pone abiertamente en duda que los EEUU sean el líder mundial que hasta ahora se suponía. Los detractores de Trump y fans de Biden ahí tienen a su presidente, balbuceante y buscando excusas por todas partes para no reconocer su cobardía, falta de liderazgo, la imprevisión de la inteligencia, el mal cálculo de los tiempos de la retirada y un sinfín de impericias que han conducido a este desastre que lleva su apellido. Bien es cierto que el primero en decir adiós fue Obama -del que Biden fue vicepresidente-, y después Trump, que confirmó la retirada sin señalar los tiempos, pero hoy es Biden el comandante en jefe y primer responsable de lo que vemos y de lo que no vemos por televisión.

Sin duda, la victoria de los talibanes supone un refuerzo moral para los yihadistas de todo el mundo, que extraerán la lección de que con paciencia se consiguen sus objetivos, como en 20 años alcanzaron Kabul estos barbudos que ahora están armados con todo el arsenal que han abandonado precipitadamente los EEUU.

La batería mediática del mundialismo y de lo políticamente correcto disparará en cualquier dirección menos en la de los culpables de esta tragedia criminal, pero los hechos ahí están. Los estrategas  de salón que decían que no se podía ganar esta guerra militarmente -lo que es mentira si se cuenta con voluntad política-, o los falsos defensores de los derechos humanos, que ponen siempre el acento en los derechos de los verdugos y no en las víctimas, por ejemplo las del 11-S, han contraído una pesadísima y nueva carga que les marcará. Ahora habrá que recordarlos cada vez que explote una bomba o alguien dispare invocando a Alá en nuestras calles. Tres de los terroristas del 11-M en Madrid se habían entrenado en Afganistán.

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